En la discusión sobre la existencia del centro político se mezclan dos cosas. Una es el debate conceptual sobre su significado, y otra es si en Colombia existe un centro y quiénes son sus representantes. Algunos intentan descalificar a los centristas diciendo que el centro es la derecha solapada y que una prueba de ello es que el Centro Democrático y el mismo presidente Duque adhieren a él. Pero de lo uno no se sigue lo otro y el hecho de que algunos abusen de ese nombre solo afecta a quienes lo hacen, no al concepto mismo.
Por ese tipo de malentendidos es que no he querido involucrarme en la segunda discusión (la coyuntural) y me he quedado en la primera, es decir, en la caracterización del centro. En ese sentido reitero lo siguiente: los debates políticos se refieren, resumiendo, a dos parejas de valores. La primera es libertad-igualdad, que sirve para diferenciar derecha de izquierda. Mientras la derecha tiende a privilegiar la libertad sobre la igualdad, la izquierda hace lo opuesto. El centro, en principio, intenta conciliar ambas cosas, es decir, la mayor libertad posible compatible con la mayor igualdad posible y viceversa. De ese intento de ponderación algunos concluyen que al centro le falta decisión, carácter o compromiso. Pero esa es una crítica infundada pues quien concilia esos valores no tiene por qué creer menos en esa ponderación que quien no concilia. La segunda pareja de valores relaciona la autonomía individual con el control estatal de dicha autonomía. Este es un debate entre liberales y conservadores y se manifiesta en temas como el aborto, la eutanasia y el consumo de drogas. El debate izquierda-derecha no cubre este segundo polo de discusión y por eso puede haber liberales o conservadores de izquierda o de derecha. Los centristas del primer debate son, por lo general, liberales en este.
Hoy, después de ver tanta animadversión entre posiciones cercanas (sobre todo entre el centroizquierda y la izquierda) por causa de estas clasificaciones, pienso que hay una discusión más prometedora y es la que diferencia entre las tres posiciones políticas convencionales (derecha, centro, izquierda) y las posiciones extremas de derecha y de izquierda.
Lo característico de una posición convencional es, para ponerlo en los términos de la filosofía política clásica, la moderación en sus fines, es decir, la búsqueda de la mejor sociedad posible (no de la sociedad ideal), y en sus medios, es decir, el apego a las reglas de juego constitucionales y legales. La moderación implica, además, una cierta disposición a no abusar políticamente de la interpretación de los hechos y a denunciar los desmanes que se cometen en sus propias filas. Los extremos, en cambio, creen que una sociedad ideal es posible (maximalismo) y que tal cosa no es negociable, ni aplazable; por eso, por ese fin supremo, creen que muchos medios se justifican, entre ellos violar las reglas de juego, encubrir los desmanes que cometen en sus propias filas o acallar los disensos que surgen en su entorno político.
Los extremos de derecha e izquierda se parecen mucho. No en lo ideológico, claro, pero sí en el talante. Todos enarbolan el mismo dogmatismo, la misma incapacidad para reconocer la crítica, la misma intransigencia, el mismo cerramiento del espíritu, la misma incapacidad para ver los matices, las divergencias, las dudas, las preguntas, la misma pereza intelectual para leer e investigar, y el mismo discurso sermoneador. El gran contraste político en Colombia no parece ser el que enfrenta a la derecha con la izquierda democráticas sino el que enfrenta a las posiciones democráticas con las extremas.
En la discusión sobre la existencia del centro político se mezclan dos cosas. Una es el debate conceptual sobre su significado, y otra es si en Colombia existe un centro y quiénes son sus representantes. Algunos intentan descalificar a los centristas diciendo que el centro es la derecha solapada y que una prueba de ello es que el Centro Democrático y el mismo presidente Duque adhieren a él. Pero de lo uno no se sigue lo otro y el hecho de que algunos abusen de ese nombre solo afecta a quienes lo hacen, no al concepto mismo.
Por ese tipo de malentendidos es que no he querido involucrarme en la segunda discusión (la coyuntural) y me he quedado en la primera, es decir, en la caracterización del centro. En ese sentido reitero lo siguiente: los debates políticos se refieren, resumiendo, a dos parejas de valores. La primera es libertad-igualdad, que sirve para diferenciar derecha de izquierda. Mientras la derecha tiende a privilegiar la libertad sobre la igualdad, la izquierda hace lo opuesto. El centro, en principio, intenta conciliar ambas cosas, es decir, la mayor libertad posible compatible con la mayor igualdad posible y viceversa. De ese intento de ponderación algunos concluyen que al centro le falta decisión, carácter o compromiso. Pero esa es una crítica infundada pues quien concilia esos valores no tiene por qué creer menos en esa ponderación que quien no concilia. La segunda pareja de valores relaciona la autonomía individual con el control estatal de dicha autonomía. Este es un debate entre liberales y conservadores y se manifiesta en temas como el aborto, la eutanasia y el consumo de drogas. El debate izquierda-derecha no cubre este segundo polo de discusión y por eso puede haber liberales o conservadores de izquierda o de derecha. Los centristas del primer debate son, por lo general, liberales en este.
Hoy, después de ver tanta animadversión entre posiciones cercanas (sobre todo entre el centroizquierda y la izquierda) por causa de estas clasificaciones, pienso que hay una discusión más prometedora y es la que diferencia entre las tres posiciones políticas convencionales (derecha, centro, izquierda) y las posiciones extremas de derecha y de izquierda.
Lo característico de una posición convencional es, para ponerlo en los términos de la filosofía política clásica, la moderación en sus fines, es decir, la búsqueda de la mejor sociedad posible (no de la sociedad ideal), y en sus medios, es decir, el apego a las reglas de juego constitucionales y legales. La moderación implica, además, una cierta disposición a no abusar políticamente de la interpretación de los hechos y a denunciar los desmanes que se cometen en sus propias filas. Los extremos, en cambio, creen que una sociedad ideal es posible (maximalismo) y que tal cosa no es negociable, ni aplazable; por eso, por ese fin supremo, creen que muchos medios se justifican, entre ellos violar las reglas de juego, encubrir los desmanes que cometen en sus propias filas o acallar los disensos que surgen en su entorno político.
Los extremos de derecha e izquierda se parecen mucho. No en lo ideológico, claro, pero sí en el talante. Todos enarbolan el mismo dogmatismo, la misma incapacidad para reconocer la crítica, la misma intransigencia, el mismo cerramiento del espíritu, la misma incapacidad para ver los matices, las divergencias, las dudas, las preguntas, la misma pereza intelectual para leer e investigar, y el mismo discurso sermoneador. El gran contraste político en Colombia no parece ser el que enfrenta a la derecha con la izquierda democráticas sino el que enfrenta a las posiciones democráticas con las extremas.