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Colombia deprimida

Mauricio García Villegas

10 de julio de 2021 - 12:30 a. m.

Los seres humanos dependemos mucho de la imaginación. Vea usted el siguiente experimento: a una persona se le entregan 10 fotografías de su cara. Solo una es real. Las demás son versiones mejoradas o desmejoradas de su rostro. Se hace lo mismo con 20 personas más y se les pide a todos que seleccionen su foto verdadera. Pues bien, casi todos escogen una en la que aparecen más atractivos de lo que son. Solo los deprimidos suelen escoger la foto real.

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Este experimento, como muchos otros que han sido ideados con el mismo propósito, muestra que los seres humanos nos sobreestimamos y que en esa cuota de autoengaño está uno de los secretos del “éxito” de nuestra especie: creyendo que somos más de lo que somos, terminamos (no siempre) siendo más de lo que habríamos sido si nos hubiésemos visto como somos. Los deprimidos por lo general son más realistas, pero como no se engañan, avanzan menos. La “normalidad” sicológica tiene pues mucho de ilusoria, de autoengaño.

A los países les pasa igual. Necesitan inventarse un relato mejorado de sí mismos, una historia que cohesione a la población y que la jalone hacia un futuro mejor. Los estadounidenses, por ejemplo, construyeron ese cuento a partir de la idea de igualdad y ello a pesar de la esclavitud y del racismo que impera en esa sociedad; los franceses lo hicieron con la universalidad de los Derechos Humanos, a pesar del sistema colonial. En América Latina esos mitos fundacionales siempre han sido esquivos, salvo tal vez en México. Claro, esto no necesariamente nos ha hecho más realistas pues aquí convivimos con toda suerte de ficciones que nos dividen y nos estancan.

En el pasado nos apañamos con varios relatos unificadores, por ejemplo, en la Independencia y después de la Guerra de los Mil Días, pero todos han perdido fuerza. En las últimas décadas hemos hecho dos intentos. El primero con la Constitución de 1991 y el segundo con el proceso de paz. Ambos empezaron bien, pero nuevamente se han ido debilitando con el tiempo: en el caso de la Constitución, por causa del conflicto armado y por nuestra incapacidad para resolver problemas de vieja data, como la desigualdad, el narcotráfico o la ausencia de Estado, y en el caso del proceso de paz, por una combinación de causas desafortunadas, entre odios políticos y fatalidades.

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Son relatos debilitados, es cierto, pero no están muertos y podrían ser recuperados y fortalecidos, para lo cual se necesita un líder, un movimiento o un acontecimiento que permita volver a enhebrar el mito. Por ahora no se vislumbra nada de eso. Si algo caracteriza la crisis política actual es la falta de un relato unificador. Ni siquiera las partes en conflicto tienen uno propio: el Gobierno no parece hacer otra cosa que dar palos de ciego y los movimientos sociales, en particular los dirigentes del paro, ni siquiera han sido capaces de unificar una lista corta de tres o cuatro demandas que le den sentido y viabilidad a su causa.

Uno diría que la tabla de salvación para la crisis actual está en la campaña presidencial que se aproxima. Pero esas campañas se concentran demasiado en la coyuntura política, lo cual impide que los candidatos armen un relato unificador de largo aliento, una historia en la que quepamos todos, o al menos una gran mayoría, y que nos proyecte hacia el futuro.

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Ojalá que esta vez sea diferente, y si no es así, que alguien pronto se invente un cuento creíble que nos saque de la depresión en la que estamos.

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