Pablo Correa publicó en su cuenta de Twitter una foto en la que aparecen dos mujeres cruzando un río a caballo, los equinos con el agua hasta el cuello y ellas con una nevera al hombro que parece contener vacunas contra el COVID-19. En su trino, Correa pregunta lo siguiente: ¿fracaso o heroísmo en esa foto?
Los que vieron fracaso pusieron de presente todas las fallas posibles del plan de vacunación, lo absurdo que es llegar a caballo a los sitios más apartados en lugar de mandar un helicóptero y, en general, la improvisación del Gobierno en la distribución de las vacunas. Los que vieron heroísmo, en cambio, exaltaron la labor de las dos mujeres, pusieron de presente lo difícil que es llegar hasta esos sitios y elogiaron los esfuerzos que se han hecho en el plan de vacunación.
Este breve intercambio de opiniones ilustra bien lo que ocurre en el debate político y sobre todo en las redes sociales. Primero aparecen los hechos, en imágenes, palabras o voces, y luego cada quien, con pedazos de verdad y pedazos de imaginación, se arma la historia que mejor se acomoda a sus convicciones. Así, un joven que está a punto de lanzar una bomba molotov puede ser visto como un héroe de la justicia social o como un terrorista; la construcción de una hidroeléctrica puede ser un crimen ecológico o un gran aporte al desarrollo; las ganancias de los bancos pueden ser la prueba de una economía saludable o la evidencia de una injusticia estructural. Si vamos a los hechos de la historia encontramos lo mismo: Napoleón puede ser “el vencedor de Austerlitz” o “el prisionero de Santa Elena”, y Cristóbal Colón, el descubridor de América o el europeo que trajo la exterminación de los indios.
Es posible que algunas de estas impresiones sean más acertadas que otras, pero lo más probable es que cada una contenga algo, solo algo, de verdad. La realidad suele ser mucho más compleja. El problema es que los debates políticos están casi siempre protagonizados por personas que se limitan a esas primeras impresiones, sin hacer ningún esfuerzo por dudar, por matizar o por ver qué tanto de verdad hay en los que tienen otras impresiones. Un debate de este tipo produce una conversación que nunca llega a nada porque nadie está dispuesto a cambiar su versión de los hechos ni a aceptar que sus contradictores pueden tener algo de razón. Son debates alimentados con la información primaria que aportan los medios de comunicación, por lo general más interesados en capturar la atención emocional de la gente que en explicar lo que ocurre con información contrastada, verificada y depurada.
Aquí está la diferencia entre una discusión fundada en la información y una discusión fundada en el conocimiento. Es posible que en este segundo caso se sacrifique algo de vigor emocional (a lo cual algunos llaman tibieza), pero tal cosa se justifica si lo que queremos es un debate centrado en verdades, no en fantasías.
Nada de lo que digo implica abandonar nuestras convicciones, preferencias políticas o sentido de la justicia y del bien. Implica tan solo ser más conscientes de que la realidad no siempre se puede entender a partir de historias de buenos y malos, con los malos del lado de allá y los buenos del lado de acá. Implica, además, ser conscientes de que, cuando se trata de hechos que tienen una connotación política, el deseo de confirmar lo que creemos es más fuerte que el deseo de saber lo que pasó. Volviendo a la foto de marras, es más fácil hablar con mesura de los caballos con el agua al cuello que del plan de vacunación.