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Copenhague

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Mauricio García Villegas
05 de diciembre de 2009 - 12:51 a. m.
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EL ECONOMISTA ESTADOUNIDENSE Victor Lebow decía lo siguiente en 1955: “Nuestro sistema económico nos exige que hagamos del consumo nuestra manera de vivir, que convirtamos el acto de comprar en un ritual, que busquemos nuestra satisfacción espiritual y personal en el consumo de bienes… necesitamos consumir cosas, quemarlas, reemplazarlas y descartarlas a la mayor velocidad posible”.

Esta alabanza al consumo fue adoptada, aunque con palabras más pudorosas, después de la Segunda Guerra Mundial, por los responsables de la política económica en los Estados Unidos y por el resto del mundo, con la excepción de los países comunistas.

Pues bien, este lunes 7 de diciembre se inicia en Copenhague (Dinamarca) la conferencia mundial sobre el cambio climático. Allí se intentará, en serio y por primera vez, revertir el pensamiento de Lebow, de sus colegas economistas y de sus voceros políticos. Se trata sin duda de la reunión ecológica más importante desde cuando se firmó el Protocolo de Kyoto (Japón) en 1997, el cual tuvo por objeto reducir las emisiones de gases tóxicos, pero fracasó porque no contó con el apoyo de los Estados Unidos, país responsable del 36% de las emisiones de esos gases.

Pero la conferencia de Copenhague es mucho más que eso. Es una reunión sobre el futuro del sistema capitalista y sobre las relaciones entre el norte que consume y el sur que pone los materiales. En pocas palabras, es una reunión sobre un posible nuevo contrato social; es decir, sobre un nuevo pacto que permita sentar las bases de la economía y de la política para las generaciones futuras.

Los regímenes actuales están inspirados en las teorías del contrato social del siglo XVIII (Locke, Rousseau, etc.). En ellas se contempla un acuerdo entre el monarca o el gobernante, de un lado, y el pueblo, del otro. Cada cual tiene sus obligaciones y sus derechos.

El nuevo contrato social que empezará a diseñarse en Copenhague deberá involucrar a los Estados, a los habitantes del planeta y a la naturaleza. Algo nunca antes visto. De allí se espera que salgan las nuevas instituciones internacionales que serán el germen de un Estado mundial. En Copenhague se espera que cedan los sentimientos patrióticos y den paso a una ciudadanía global, interconectada y responsable. Se espera que la concepción actual del tiempo (time is money) sea reemplazada por otra más pausada, menos empeñada en la acumulación y más preocupada por la vida (time is life ); una concepción intermedia entre el devenir frenético de las bolsas de valores y el transcurrir glacial de la naturaleza. Pero sobre todo, se espera que cambie el ritmo vital de los ciudadanos: que la relación trabajo-televisión-publicidad-centro comercial, ceda en beneficio del descubrimiento de otras costumbres, otros valores y otros placeres.

Puede ser que nada de esto se logre en Copenhague y que el calentamiento global nos conduzca a una catástrofe planetaria. Es posible. Pero incluso si eso fuese así, hay razones de sobra para involucrarse y participar en los temas que allí se van a discutir.

Pero en Colombia vivimos como en otro planeta. Por estar enfrascados en nuestros problemas decimonónicos —consolidación del Estado, clientelismo y lucha contra la violencia social e institucional— parece como si el mundo apasionante y dramático del presente nos pasara por el lado y nos dejara rezagados en el camino.

* Profesor de la Universidad Nacional e investigador de DeJuSticia

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