En Colombia tenemos una gran capacidad para normalizar lo anormal, que también es una capacidad para desentendernos de los problemas que nos quedan grandes, como si esquivarlos fuera una manera de resolverlos. Eso pasó, por ejemplo, con el estado de excepción entre 1960 y 1991, que fue casi permanente sin que el menoscabo que tal cosa entrañaba para la democracia escandalizara a nadie, o a casi nadie. También pasó con el fracaso de la reforma agraria, que las élites políticas archivaron como si con ello resolvieran el asunto.
Tengo la impresión de que eso mismo está pasando con la pandemia: durante casi dos años la educación se...
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