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El amor tangible

Mauricio García Villegas

18 de junio de 2021 - 10:30 p. m.

En días pasados, a raíz de un trino que alguien puso sobre mi último libro, miré el celular muchísimas veces, quizás cada hora, o cada media hora, no lo sé. Quería saber cuántos seguidores se iban sumando a mi cuenta, qué tanta gente estaba de acuerdo conmigo, cuánto público me estaba regalando esas diminutas medallas de gloria que son los likes de las redes sociales. Al final del día empecé a verme como un adicto y por eso hice un acto íntimo de contrición y una promesa de abstinencia.

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Supongo que mi caso no es excepcional. Pero, además, hay algo en la pandemia que nos ha vuelto más adictos a las redes sociales y es el hecho de tener la casa por oficina (la oficina por celda), con lo cual estamos más expuestos al uso y al abuso de las redes. Pero eso no es todo.

Los seres humanos buscamos afecto en la familia y en los amigos. Allí está el amor reconfortante y duradero que se expresa en abrazos, besos y miradas. Este es, digamos, el amor tangible. Pero hay otra fuente de afecto, más etérea y menos reconfortante, que viene del reconocimiento que gente anónima hace de lo que somos o de lo que hacemos. Un artista, por ejemplo, tiene admiradores que le expresan afecto comprando o elogiando sus obras. Este es, digamos, un amor impersonal, que se expresa en los elogios y aplausos de gente desconocida.

En las últimas décadas el internet y las redes sociales le han permitido a la gente del común hacer lo que han hecho los artistas durante siglos: exponer lo que son y lo que hacen para que eventualmente una masa infinita de gente desconocida les regale likes. Alguien me dirá que no es así, que en las redes sociales la gente busca más salir del anonimato que ser querido y por eso están dispuestos a hacer toda clase de tonterías con tal de que los vean. Es verdad, pero la búsqueda de afecto es selectiva y la gente solo persigue la aprobación de los afines, los de sus grupos, y le importa un pepino que el resto de la humanidad los desprecie o los odie.

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También es cierto que los dos tipos de amor que he descrito aquí, el tangible y el impersonal, no son excluyentes: García Márquez decía que escribía para que sus amigos lo quisieran y es muy probable que, con esa misma lógica, hoy muchos pretendan que sus amigos los quieran por el simple hecho de tener más seguidores en las redes.

Sea lo que fuere, mi hipótesis es esta: en la situación de confinamiento actual nos hemos visto obligados a compensar la falta de amor tangible con la búsqueda de amor impersonal. Seguimos teniendo amigos, pero hemos perdido (temporalmente, así lo espero) esa parte sensible de abrazos, besos y miradas que ellos nos prodigaban. Las reuniones virtuales que ocasionalmente hemos tenido con ellos no suplen esa parte sensible, es por eso que languidecen con facilidad y terminamos con la sensación de haber tenido un encuentro a medias. La pandemia es como un exilio de los amigos, como si se los hubiesen llevado a vivir a otro país.

No sé qué tan cierta sea esta hipótesis de la sustitución del amor tangible por el amor impersonal. Tal vez solo sea un pretexto para decirles a mis amigos que me hacen falta. Lo que sí es cierto es que nunca deberíamos olvidar que el amor impersonal no es un buen sustituto del amor tangible.

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