“No es bueno que los profesores no le perdonen ninguna falta a sus estudiantes, mientras que ellos se perdonan todas las suyas”. Esto decía Fénelon a mediados del siglo XVII y ha sido retomado por innumerables investigaciones recientes que establecen una fuerte relación entre el buen ejemplo que dan los profesores y la honestidad de sus alumnos.
Esta es la idea central de un pequeño libro titulado Academia y ciudadanía, que se acaba de publicar en Dejusticia (disponible en www.dejusticia.org). Allí se recogen los resultados de una encuesta hecha el año pasado a 605 profesores universitarios sobre cumplimiento de normas académicas y ciudadanas en nueve instituciones de educación superior en Medellín y municipios aledaños. El proyecto fue financiado por la Gobernación de Antioquia (administración anterior) y en él participaron Juan Camilo Cárdenas, de la Universidad de los Andes, Andrea Ramírez, de Corpovisionarios, y Nicolás Torres y yo, de Dejusticia.
En la encuesta se pregunta sobre la ocurrencia de veinte conductas: algunas de ellas académicas, como por ejemplo el plagio (2,7 % incurrió en ello) o la tergiversación de datos (1 %), y otras ciudadanas, como evadir impuestos (14 %) o colarse en el transporte público (0,8 %). Como se aprecia, los porcentajes de desacato son bajos; sin embargo, la percepción de ocurrencia es mayor que el autoreporte. Esto es lo que algunos, como Vera Hoorens, denominan “superioridad ilusoria” y consiste en creer que somos mejores que los demás. No solo eso, entre más lejano es el grupo de referencia (colegas de la facultad, de la universidad, del país), mayor es la percepción de que se incumple.
Las causas que desencadenan el incumplimiento parecen ser las siguientes: en primer lugar, estimar que la conducta no es grave. Mientras menos grave se ve una conducta más se incumple. Los hombres tienden a minimizar más la gravedad de las conductas y por ende a incumplir más que las mujeres. En segundo lugar, ser mal ciudadano. Las personas que incumplen más las normas de cultura ciudadana tienden a ser menos obedientes con las normas académicas. Esto es interesante porque sugiere que los incumplidores de un tipo de normas tienden a incumplir otros tipos de normas. En tercer lugar, tener bajos niveles de confianza, no solo en relación con las demás personas sino con las instituciones. La percepción de desconfianza es tal vez uno de los factores que más influye en el incumplimiento. En cuarto lugar, si bien no hay diferencias significativas entre profesores de universidades privadas y públicas, sí las hay entre instituciones de educación superior acreditadas y no acreditadas: los profesores de estas últimas son los que más incumplen, lo cual sugiere una correlación entre calidad de la educación y honestidad. Por eso es importante que el país tenga una política de mejoramiento de la calidad de la educación.
Otro hallazgo importante es que el comportamiento conocido como “el carrusel de las publicaciones”, que consiste en incluir como autores a personas que no trabajaron en un artículo o libro, o en excluir a asistentes de investigación de trabajos en los que trabajaron, es desgraciadamente muy frecuente: el 5,4 % de los profesores reconocen haber incurrido en ello. En algunas universidades ese porcentaje asciende al 15 %.
Ahora que se habla tanto de corrupción en el país, tal vez valga la pena pensar en los resultados de esta investigación. En ellos se muestra que la universidad no solo tiene en sus manos la tarea de preparar buenos profesionales, sino también de formar ciudadanos honestos y que esto último se logra, en buena medida, con el buen ejemplo que los alumnos reciben de sus profesores.