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El verbo soñar alude a dos cosas distintas: al discurrir de la mente cuando dormimos o a la esperanza de que algo ocurra en el futuro. Mejor dicho, a veces soñamos dormidos y a veces soñamos despiertos, y por eso distinguimos entre contar un sueño y tener una ilusión. Los sueños son distracciones de la mente a las que no les damos mayor importancia; las ilusiones, en cambio, son deseos que tomamos en serio y hacemos lo posible para que se hagan realidad. Los antiguos griegos les daban una gran importancia a los sueños porque pensaban que en ellos se revelaba el querer de los dioses, aunque con mucha frecuencia había que acudir al oráculo, en Delfos, para precisar el significado de lo soñado. Para nosotros, hijos de la modernidad desencantada, los sueños, a diferencia de las ilusiones que convertimos en propósitos racionales, o al menos razonables, son una distracción antojadiza de la mente que podemos desestimar.
Pero tal vez la diferencia entre ambos tipos del soñar no sea tan tajante como creemos. Ni la conciencia está del todo ausente en los sueños ni del todo presente en las ilusiones, porque en ambos casos podemos vernos arrastrados por espejismos que nos alejan de la realidad y nos llevan a inventar cosas que no existen, o que solo existen parcialmente.
Hay un grabado de Francisco de Goya en el que aparece un pintor dormido, recostado sobre un pedestal, con la cabeza metida entre sus brazos y rodeado de animales nocturnos, murciélagos, búhos y un gato grande que, por aquellos tiempos, simbolizaba la estupidez, la perfidia o la ignorancia. Goya era un ilustrado y por eso creía en la razón y se oponía a los charlatanes que engañan con toda suerte de mentiras. Pero en este grabado Goya va más allá del ideario ilustrado y muestra que el engaño también puede venir de la razón que inventa mundos ilusorios sin fundamento alguno. En una de las paredes del pedestal está escrito lo siguiente: “El sueño de la razón produce monstruos”. La frase es ambivalente y eso es lo más interesante de la estampa: puede significar que cuando la razón duerme y deja de ser vigilante, permite que los monstruos se impongan; pero también puede dar a entender que la razón, cuando sueña, urde cosas pavorosas, monstruosas, creyendo que son racionales. En el primer caso, los demonios se aprovechan de la vigilia de la razón; en el segundo, es la razón misma la que los engendra.

Goya une lo racional con lo imaginario en el mismo personaje que sueña y tiene ilusiones. Así, va más allá de la consabida dicotomía entre razones y pasiones, que era tan frecuente en la ilustración, y que lo sigue siendo. Para él, ambas cosas están unidas y el peligro para los humanos está, justamente, en no poder distinguir lo uno de lo otro: entre cuándo estamos soñando o razonando y cuándo estamos haciendo algo que es una combinación de ambas cosas. El peligro, sugiere el pintor, está en que la racionalidad haga lo que hace la charlatanería pero en nombre de la razón; una razón que ha perdido al volverse charlatana
Los embusteros natos son fáciles de desenmascarar; los científicos honestos son fáciles de identificar; pero cuando se combinan verdades con mentiras nos confundimos y no sabemos quién nos habla. En estos tiempos de proliferación incontrolada de información, el gran desafío está en distinguir no solo las verdades de las mentiras, sino detectar –y denunciar– las mentiras que tienen toda la apariencia de verdades.
