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La fisioterapia de la paz

Mauricio García Villegas

18 de diciembre de 2015 - 03:38 p. m.

A causa de una tendinitis es una pierna, producto de una caída en bicicleta, tuve que visitar al médico.

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“Para superar su dolencia —me dijo el galeno— hay que hacer dos cosas”. La primera es acabar con la inflamación, y eso se hace con una infiltración en el sitio afectado. La segunda es hacer fisioterapia durante varios meses; eso es lo fundamental: “cuando uno de sus músculos falla —me explicó—, todo su cuerpo se afecta; para compensar el dolor, usted empieza a caminar distinto, lo cual estropea el equilibrio natural de su cuerpo al caminar”, y si el problema se prolonga, la espalda y hasta la columna se pueden ver comprometidas. Así pues, “si quiere seguir montando en bicicleta sin que ese dolor se repita, me dijo, haga la fisioterapia con juicio”.

Ahora que leo las noticias sobre el acuerdo que se logró esta semana en La Habana se me ocurre que hay una analogía entre las explicaciones de mi médico y las buenas noticias de esta semana sobre los adelantos en el proceso de paz. La firma del acuerdo (que ojalá se logre pronto) es algo así como la infiltración en la pierna. Sin ella (con el perdón de mis amigos bioenergéticos) el cuerpo no sana. Pero la cura definitiva solo viene después de muchos meses de estiramientos y ejercicios. Esa terapia tomará años y, por su larga duración, puede resultar desalentadora. Pero es de una importancia mayor.

El conflicto armado en Colombia ha sido el catalizador de muchos males, desde el narcotráfico y la corrupción, hasta la debilidad de la izquierda y el deterioro de la educación pública superior. Pero los tentáculos de la guerra han tenido un efecto más profundo y menos perceptible. Me refiero al deterioro de la confianza, no solo entre individuos, sino entre estos y las instituciones. La salud del tejido social se mide por el grado de confianza que existe. Las cosas funcionan así: la manera como A se relaciona con B está determinada, no solo por la imagen que A tiene de B, sino por la imagen que A tiene de la imagen que B tiene de él. Es como un juego de espejos: yo me comporto con usted según la manera como yo lo veo a usted y según la manera como yo veo que usted me ve a mí. Ese juego de representaciones mentales cambia radicalmente según exista o no confianza.

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La suerte de un país empieza a definirse en ese microcosmos. El acumulado de los millones de juegos de imágenes que componen las relaciones sociales determina la calidad de la vida, de las instituciones y de la democracia en un país. La gran diferencia entre Colombia y, digamos, Suecia, está justamente ahí, en el diferente nivel de confianza que existe entre los ciudadanos.

Todos los estudios que se han hecho sobre este tema muestran los bajísimos niveles de confianza que existen en Colombia. El fin del conflicto armado es una oportunidad para empezar a remediar este problema. Ya tenemos resultados muy valiosos a la vista. Después de dos años de conversaciones en La Habana, las partes negociantes han aprendido a hablar, a respetarse —sin que ello implique estar de acuerdo— y a aceptarse mutuamente como interlocutores legítimos.

Lo que quiero decir con todo esto es que el resto de la sociedad, adolorida por tantos años de conflicto, tiene que hacer un ejercicio similar, una especie de terapia del reconocimiento del otro a partir de la cual se fortalezca la confianza. Como en el caso de mi pierna, esta es la mejor manera de lograr lo que se conoce como la “garantía de la no repetición”.

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Esta columna dejará de aparecer en las próximas tres semanas.

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