Durante la última campaña presidencial algunos representantes del Pacto Histórico la emprendieron contra la gente de centro acusándola de tibia. Sus argumentos no eran muy claros, pero parecían decir una de estas dos cosas: 1) que el centro no tiene principios claros o 2) que sus principios son eclécticos, es decir, que no se comprometen con nada. La primera versión no tiene sentido. El centro (como la derecha y como la izquierda) obedece a principios bien definidos, lo cual puede verse a lo largo de una prolongada tradición intelectual que se remonta a Erasmo y a Sebastián Castellio, en el siglo XVI, y que floreció después con Alexis de Tocqueville, Raymond Aron, John Locke y Albert Camus, para solo citar unos pocos de sus pensadores. La segunda versión es igualmente insostenible. Uno de los principios que defiende el centro político es la defensa de una sociedad abierta en la que las ideas circulen libremente. Ese principio no tiene nada de ecléctico. En Nicaragua, por ejemplo, muchos de los políticos de centro que defendieron este principio se opusieron, primero, al régimen de Somoza y ahora lo hacen contra el régimen de Ortega, y en ambos casos han sido víctimas. Cada ideología tiene unos principios claros, firmes, si se quiere. Otra cosa son los líderes políticos o sus seguidores, que, según su temperamento, asumen estos principios a veces con firmeza y a veces con tibieza.
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En la noche del martes pasado dos misiles rusos cayeron en la ciudad de Kramatorsk, en la región de Donetsk, al este de Ucrania. Uno de ellos fue dirigido contra el restaurante Ria y contra los civiles que allí se encontraban esa noche. Entre ellos había tres colombianos: el ex alto comisionado de Paz Sergio Jaramillo, el escritor Héctor Abad Faciolince y la reportera Catalina Gómez Ángel, los cuales estaban acompañados por la escritora ucraniana Victoria Amelina. Los colombianos sufrieron lesiones leves, pero la escritora ucraniana se debate entre la vida y la muerte. Hubo 12 muertos, tres niños entre ellos, y más de 50 heridos, lo cual es una clara violación del derecho internacional humanitario (DIH). Ese ataque inhumano se suma a muchos otros, empezando por la mismísima invasión rusa a Ucrania.
Jaramillo y Abad fueron a Ucrania para participar en diferentes eventos culturales, entre ellos una feria del libro que tuvo lugar en Kiev, y para promocionar la campaña “Aguanta, Ucrania”, que desde el año pasado viene liderando Sergio Jaramillo para levantar la voz de América Latina en solidaridad con el pueblo de Ucrania. En sus propias palabras, “es una campaña a favor del sentido común, para llamar las cosas por su nombre: invadir al vecino es lo que es, una invasión. Atacar civiles en sus residencias, con misiles, es lo que es: asesinar civiles. Destruir la infraestructura eléctrica de un país en medio de un invierno brutal es lo que es: un crimen de guerra”.
El martes pasado, el día del ataque, el Gobierno de Colombia, a través de Danilo Rueda, expidió un comunicado en el que se solidariza con las víctimas de “los hechos ocurridos” y termina reiterando “su compromiso de defender la vida como motor de todas las decisiones”. Ante la evidente tibieza de este comunicado y las reacciones en su contra, la Cancillería emitió, al día siguiente, otro comunicado que dice lo siguiente: “El Ministerio de Relaciones Exteriores expresa su más enérgica condena al inaceptable ataque por parte de fuerzas rusas a un blanco civil en Kramatorsk, Ucrania”. Mejor este anuncio que el anterior, por supuesto, pero no se habla de violación del DIH ni de condena a Rusia por su invasión abusiva.
Como digo, la tibieza no es cuestión de principios sino de falta de talante para defenderlos siempre y en toda circunstancia, tal como lo han hecho Sergio Jaramillo y Héctor Abad con la campaña “Aguanta, Ucrania”.