En La tiranía del mérito, el libro de Michael Sandel, se muestra lo difícil que es crear un sistema educativo que beneficie a todos, sin distinción de clase social. El acceso a la mejor educación está correlacionado con la herencia familiar y por eso se habla de la “tiranía de la cuna”, que ilustra el drama de los pobres que se quedan por fuera del sistema. Este problema, que es grave en muchos países, es trágico en Colombia, porque se inscribe en una sociedad jerarquizada y excluyente. Hace poco publicamos en Dejusticia La quinta puerta, un libro dedicado a ilustrar ese problema en Colombia.
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Del fenómeno opuesto (sin distinción de clase social), es decir, del ascenso de los mediocres y de la captura de los altos cargos del Estado por gente incompetente, se habla menos, pero es igualmente dañino. Digo esto pensando en los balances que se han hecho esta semana de la gestión de Francisco Barbosa, casi todos, empezando por un editorial de este diario, coincidentes en señalar la falta de resultados del fiscal general. La Silla Vacía, por ejemplo, muestra el alto porcentaje de denuncias archivadas con el propósito de concentrar el trabajo en los casos fáciles. El archivo es una práctica usual en la Fiscalía (por razones de priorización), pero con Barbosa, dice La Silla Vacía, esa política estuvo destinada a abultar, de forma amañada, el porcentaje de casos resueltos.
A la mediocridad se suma la politización de la institución: avanzaron las investigaciones que convenían a los intereses políticos del fiscal (contra el hijo del presidente, por ejemplo), pero las que implicaban costos políticos nunca prosperaron. A la mediocridad y la politización se suma, por último, la fatuidad de Barbosa, un rasgo de su personalidad que lo convirtió en una caricatura de sí mismo.
La incompetencia de los funcionarios no tiene color político. En el gobierno actual, como en los anteriores, abundan los funcionarios ineptos, nombrados por lealtades políticas. Esto no solo ocurre en la Rama Ejecutiva del poder público, sino también en la justicia y ni hablar de los organismos de control. En Colombia la distinción entre funcionarios de derecha y de izquierda es menos relevante que la distinción entre funcionarios competentes e incompetentes.
Vuelvo al tema de la educación, que con la carrera administrativa (acceso por mérito, evaluación y cese del cargo para quienes no rinden) permite crear la mezcla virtuosa de igualdad de oportunidades y meritocracia. El problema es que el sistema educativo no resuelve las desigualdades, sino que las empeora y eso, debido a una situación de “apartheid educativo” que excluye a la población de bajos recursos, con todo lo que esto implica en términos de frustración de méritos. Pero ese problema, la llamada tiranía de la cuna, corre paralelo a otro (es posible que ambos estén correlacionados) que es el de la captura de las universidades por intereses que nada tienen que ver con lo académico. Entre ellos, cómo no, está la política. Muchas universidades, sobre todo privadas, han sido tomadas por políticos mediocres y corruptos (esto también está correlacionado) que las usan para conseguir diplomas fáciles y votos que les permiten llegar a los altos cargos del Estado (a la Fiscalía, por ejemplo). Dos ejemplos medellinenses de estos días: políticos inescrupulosos de Antioquia se volvieron a tomar la Universidad de Medellín (ya se la habían tomado) y el alcalde Fico Gutiérrez nombró a un secretario de Cultura que confesó que no tiene ni idea de cultura.
Así pues, en Colombia, a la tiranía de la cuna se le suma la tiranía de la mediocridad.