Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
CADA VEZ QUE EL PAPA SE PRONUNcia sobre el comportamiento sexual de los católicos me pregunto si debo decir mi desacuerdo o quedarme callado.
Por un lado, me fastidia que sus declaraciones agraven la situación de los más pobres de este planeta pero, por el otro, pienso que se trata de un asunto interno de la Iglesia, que a mí no me incumbe. Casi siempre termino convencido por este último argumento. Sin embargo, ahora que leo sus declaraciones sobre la inutilidad del condón para controlar el sida, me decido a protestar y aquí voy a explicar porqué.
En primer lugar, porque el Papa se mete con la ciencia, que es un bien público, indispensable para el desarrollo físico y mental de los pueblos. Todos los estudios muestran que el uso del condón es efectivo para prevenir el sida. Pero Benedicto XVI afirma que el condón sólo “agrava el problema”. ¿Debemos quedarnos callados ante semejante disparate? No lo creo. Una cosa es que la religión sea, por naturaleza, un asunto de fe, ajeno a la ciencia y otra cosa es que pretenda sustituir a esta última. Está bien que las religiones fantaseen con las respuestas que la ciencia no puede darnos, pero cuando a los sacerdotes les da por decir qué parte de la ciencia es verdad y qué parte es mentira —como cuando los evangélicos sostienen que en los tiempos de Adán todavía había dinosaurios— no sólo se equivocan, sino que atentan contra la educación pública.
En segundo lugar, porque el Papa se mete con la salud de la población, que también es un asunto de interés general. En el África Subsahariana hay 22 millones de infectados por el virus del sida. Tres cuartas partes de las muertes por sida en el mundo ocurrieron en esa región en 2007. ¿Cuántos morirán este año por no usar el condón? ¿Y cuántos de esos dejarán de usarlo porque el Papa lo dijo? No me explico cómo los fieles de la Iglesia pueden ser indiferentes ante esos miles de personas que morirán por seguir las consignas de Ratzinger. No sé qué opinen ustedes, pero yo, el único pecado que veo en este asunto, es el del Papa, quien, con su arrogancia de príncipe medieval, condena a esa pobre gente a morir de sida.
Pero además de razones científicas y políticas, hay razones morales para protestar. Un líder religioso —una religión— que se interesa más por el sexo que por la vida y la dignidad humana, no merece respeto. La Iglesia Católica tuvo por muchos siglos la última palabra sobre lo bueno y lo malo. Los ateos, en cambio, que defendían la duda y la libertad, y que tenían una actitud mucho más humilde y tolerante, eran vistos como inmorales. Las cosas han mejorado para los no creyentes, es cierto. Pero no lo suficiente. Los líderes religiosos siguen teniendo una influencia enorme en la definición de la moral pública, sobre todo cuando se trata de la gente más pobre y de la que más sufre. (¿Se han preguntado ustedes por qué, en la única región del mundo en donde el catolicismo progresa es en África?)
Pero lo que más me lleva a protestar es algo que va más allá de este asunto del condón, y es esto: la destrucción del planeta por el hombre es hoy algo posible. Pero los líderes religiosos creen que el fin del mundo es un asunto divino, no un problema actual y nuestro. Por eso, no serán ellos —menos aún el Papa— los que harán un esfuerzo por evitar ese “Juicio Final”. Más aún, me temo que muchos de ellos no quieran perderse ese último espectáculo en el que Dios vendrá a rescatarlos.
* Profesor de la Universidad Nacional e investigador de Dejusticia
