A los políticos les cuesta reconocer sus errores tanto como aceptar que sus opositores tienen razón en algo. Esto hace que su oficio tenga algo de delirante. No hay duda de que en los asuntos públicos hay gobernantes buenos y malos. Pero lo más corriente es que todos ellos tengan un nivel medio de competencia, o de incompetencia, con tantos aciertos como desaciertos.
Es muy improbable que en una democracia todo el bien, la justicia y la verdad estén encarnados en un partido y que del otro lado todo eso se eche de menos. Esto decía José Castillejo sobre la guerra civil española: “El talento, el instinto, la prudencia, la experiencia, la educación política no pueden ser dotes reservados a los hombres de un partido político y negados a los otros. Es difícil creer que en media España el espíritu de justicia hubiese, súbitamente, pasado a morar en el corazón de los trabajadores, mientras en la otra mitad se hubiese vestido con uniformes militares y camisas azules”.
En Colombia la guerrilla y sus simpatizantes creyeron, durante décadas, que no solo la verdad estaba de su lado, sino también la justicia y la moral. Los paramilitares estaban convencidos de lo mismo. Hoy, cuando los excombatientes de ambos grupos se encuentran para hablar de paz, reconocen con asombro lo equivocados que estaban en esa división tajante de bienes y verdades. El exalcalde Gustavo Petro y el expresidente Álvaro Uribe son como el agua y el aceite y cada uno hace lo posible por mostrar lo distinto que es del otro. Y es posible que desde el punto de vista de sus ideas, es decir, del modelo de sociedad que cada uno propone, ambos sean así, como el agua y el aceite. Pero la política no solo es un asunto de ideas, sino de actitudes, de disposición emocional para relacionarse con los demás, sobre todo con los que piensan diferente. Desde este punto de vista, ¿son Petro y Uribe tan distintos?
Lo que quiero decir es que para saber qué tanto se parecen o se diferencian dos políticos, saber cuál es ese talante emocional es más importante que saber cuál es el modelo social que proponen. El ideario político es menos relevante que el talante moral y es justamente por eso que los extremos del espectro político se parecen tanto. Los presidentes Maduro y Bolsonaro son muy distintos; cada uno tiene en mente un ideario incompatible con el del otro. Pero en su estilo y su manera de gobernar se parecen mucho: la misma división entre amigos (a los que se les favorece) y enemigos (a los que se les perjudica), la misma arrogancia, el mismo simplismo maniqueo, la misma incapacidad para entender a los opositores, la misma ineptitud para dudar, para hacerse preguntas, para escuchar y entender.
A los políticos se les clasifica según el modelo de sociedad que proponen, con la izquierda de un lado y la derecha del otro. Pero hay otra manera de ordenarlos, no necesariamente incompatible con la anterior, que no pone el ojo en su ideario sino en la actitud. Según eso, de un lado están los candidatos (de izquierda o de derecha) dispuestos a respetar a sus contendores, a reconocer sus méritos, a cambiar de opinión cuando se equivocan, y por el otro, los que solo creen en sí mismos, nunca dudan y nunca se equivocan, nunca reconocen nada en los otros y, claro, nunca respetan a los que no piensan como ellos. Ambas maneras de clasificar son importantes, pero yo confío más en un candidato que reconoce errores propios y bondades ajenas.