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Sueño distópico

Mauricio García Villegas

26 de octubre de 2024 - 12:05 a. m.
“Trump es justamente la encarnación del gobernante populista, interesado en destruir las instituciones”: Mauricio García Villegas
Foto: EFE - DUSTIN SAFRANEK

Donald Trump dice cosas alarmantes, pero hay dos frases suyas que lo son en grado extremo: “Los Estados Unidos primero” (America First) y “la lucha contra el enemigo interno” (against the enemy from within). Si Trump regresa a la presidencia, el mundo enfrentará el efecto acumulado de estas dos frases y las visiones políticas que reflejan.

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Lo de “primero Estados Unidos” viene de una vieja política gringa de no involucramiento en los asuntos del mundo: allá ellos con sus guerras y sus problemas, decía el héroe de la aviación Charles Lindbergh, uno de sus principales voceros. Esa era la política que dominaba en los Estados Unidos cuando Hitler invadió Polonia en septiembre de 1939, e incluso cuando invadió Francia en mayo de 1940. Todo cambió cuando los japoneses atacaron la base naval de Pearl Harbor en 1941 y el presidente Roosevelt recibió, ahí sí, el apoyo masivo de la población para pelear contra Hitler. El triunfo de los aliados y la posterior reconstrucción de Europa consolidaron a los Estados Unidos como una gran potencia comercial y militar y lo convirtieron en uno de los árbitros, junto con China, Rusia y Europa, del orden mundial.

Si se piensa en los desastres que ha causado el intervencionismo estadounidense, la propuesta de Trump de no involucrarse en los asuntos del mundo parece algo bueno. Pero hoy en día, cuando el derecho internacional cuenta poco, o nada, esa propuesta es peligrosa para la paz mundial. El retiro de los Estados Unidos de la OTAN, por ejemplo, le abriría las puertas al poder despótico ruso y el de sus aliados (Corea del Norte está mandando miles de soldados para apoyar a Putin en su guerra contra Ucrania).

Lo del enemigo interno, por otra parte, es una amenaza que Trump lanza contra sus detractores y contra los inmigrantes. A sus opositores en el partido demócrata los llama “lunáticos radicales”, “gente enferma” que no tiene derecho y que eventualmente debería ser controlada por el ejército. En cuanto a los inmigrantes, dice que “están destruyendo la sangre de nuestro país” con sus “malos genes” y agrega que “no son humanos, son animales y asesinos a sangre fría”, que deben ser deportados en masa. Este lenguaje recuerda lo dicho por Mussolini y por Hitler a mediados del siglo pasado; ahondando en esa asociación, John Kelly, un integrante del gabinete de Trump, sostuvo esta semana que su jefe decía querer tener generales como los de Adolfo Hitler.

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La democracia estadounidense tiene muchos trastornos, entre ellos la polarización excesiva y la captura del debate público y de los votos por los grandes poderes económicos. El orden mundial, por su parte, tiene cada vez menos de orden y más de competencia entre poderes ominosos. En ambos casos se aprecia un notable deterioro del orden institucional: del Estado de derecho, en un caso, y del derecho internacional, en el otro.

Si Trump es elegido el próximo 6 de noviembre, esos dos problemas se agravarán. Trump es justamente la encarnación del gobernante populista, interesado en destruir las instituciones para entronizar su imagen de líder indiscutido y para reemplazar la democracia por la plutocracia. La imagen grotesca que vimos esta semana de Elon Musk sorteando dinero por millones entre los simpatizantes de Trump me hace pensar que no exagero cuando hablo de plutocracia.

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Últimamente tengo sueños distópicos de un mundo en el que se vive en una guerra abierta, ya no entre Estados, sino entre empresas voraces, sin alma, como la de Elon Musk, respaldados por presidentes bufones. Esto sí es una exageración, pero podría dejar de serlo si Trump gana el 6 de noviembre.

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