Publicidad

Tragedias invisibles

Mauricio García Villegas
21 de enero de 2023 - 05:02 a. m.

En toda sociedad hay problemas importantes, o graves, y otros que no lo son, o no lo son tanto. Pero la mayor o menor importancia no va de la mano con la visibilidad; hay problemas muy graves que no se ven, o no se ven en su verdadera dimensión, y otros que son banales y se ven mucho. Siendo así, hay cuatro tipos de problemas: graves-visibles, graves-invisibles, banales-visibles y banales-invisibles. Los periodistas, o la mayoría de ellos, viven muy pendientes de los problemas visibles porque de eso depende el crecimiento de sus audiencias. Y los gobernantes, sabiendo que su popularidad depende de la imagen que de ellos difunden los periodistas, siguen la misma lógica. Y detrás de ellos nos embarcamos todos.

La accidentalidad vial es uno de esos problemas graves y poco visibles. El año pasado murieron en las vías del país 7.200 personas. El 60% eran motociclistas y cerca del 25% eran peatones o ciclistas, la gran mayoría atropellados por motos. El 74% de los fallecidos eran jóvenes entre los 15 y los 35 años, casi todos de los estratos uno y dos.

La accidentalidad vial, en estas dimensiones, es un ejemplo de lo que en ciencias sociales se conoce como una “tragedia colectiva”: cada persona sigue su instinto con un resultado agregado catastrófico para el conjunto social. Todo está encadenado en un círculo vicioso de cuatro elementos: 1) La falta de buen transporte público genera la compra masiva de motos; 2) el Estado no responde con una regulación efectiva. 3) La eficacia de la moto y la falta de reglas producen la accidentalidad pavorosa que conocemos: 14 muertos por cien mil habitantes, y 4) los muertos cotidianos están dispersos por toda la geografía nacional y por eso son invisibles para la opinión pública. ¿Es un problema inevitable? Por supuesto que no. Las tragedias colectivas causadas por la circulación de vehículos se pueden resolver, o por lo menos atenuar. En 1974 morían en las autopistas de Francia 18.000 personas al año; hoy mueren 3.500, con un parque automotor más grande. ¿Cómo lo lograron? Con una mezcla de buena publicidad, regulación estricta de la velocidad, cambios en la infraestructura vial y cultura ciudadana.

Tal vez lo primero que hay que hacer es que los gobernantes, empezando por el presidente, asuman la gravedad de este problema. No es fácil; muchos de ellos, por populismo, prefieren no incomodar a los motociclistas. En muchos pueblos de Colombia, y me temo que eso empezará a ocurrir pronto en Bogotá y en otras grandes ciudades, el alcalde no se atreve, por miedo o por cálculos electorales, a limitar la libre circulación de las motos.

En los últimos años he escrito, como tantos otros, muchas columnas de opinión tratando de mostrar la gravedad de este problema. La mayoría han sido publicadas en el mes de enero de cada año (como ésta) que es cuando la gente viaja más por las carreteras y, se supone, ve más la accidentalidad. También lo hago porque soy una víctima más del tráfico de motos. Como algunos de mis lectores saben, a mi padre lo mató un motociclista desaforado, en Medellín, cuando atravesaba una calle. Escribí incluso un libro (El orden de la libertad) pensando en las tragedias sociales originadas en el desorden, como esta de las motos. Pero ni ese libro ni mis columnas han producido, hasta donde yo sé, impacto alguno en los hacedores de políticas públicas; ni siquiera en el secretario de movilidad de algún pueblo. Y no es que me falten buenos argumentos, es que la sociedad no ve el problema y los gobernantes, que sí lo ven, no quieren saber nada del asunto.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar