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Con el inicio de la demolición del Monumento a los Héroes, en la calle 80 de Bogotá, no tardaron en aparecer las reacciones airadas. Desde la derecha, Paloma Valencia dijo que no entendía semejante horror y preguntó: “¿Vándalos tumban estatuas y entidades monumentos?”. Para María Fernanda Cabal, “demoler el Monumento a los Héroes es quitar la última piedra en la destrucción que empezaron los delincuentes de la toma guerrillera. Claudia López, en vez de dar seguridad y autoridad, prefiere complacer al terrorismo urbano”. Del otro lado, desde la izquierda, Heidy Sánchez, concejal por la Unión Patriótica, se lamentó al ver cómo “el monumento quedó hecho polvo para darle paso a un #MetroSinFuturo”. Voces similares e incluso más furiosas se oyeron en las redes sociales y en las emisiones de radio.
Estas opiniones contrastan con lo dicho por los expertos en un artículo publicado en El Tiempo el sábado pasado. Según ellos, “de no trasladarse este monumento para darle prolongación al metro, se tendría que construir una doble curva que rodearía la escultura, lo que además de ampliar la estructura del metro afectaría algunos predios ubicados en este punto”.
La crítica política es necesaria, por supuesto. Sin ella la democracia no existiría. Pero también es importante hacer la crítica de la crítica y mostrar lo que a veces es su desmesura, su irresponsabilidad y su juego fronterizo entre crítica e insulto.
Los gobernantes, como los jueces, deben tomar decisiones difíciles, trágicas incluso, para conciliar intereses o principios en tensión. Lo pongo en términos bien simples. Una sociedad necesita muchas cosas: libertad, igualdad, progreso económico, protección del medio ambiente, derechos y un largo etcétera. El problema es que no se puede obtener cada cosa en su versión máxima o completa. Lo mismo les pasa a las personas: ¿usted quiere ahorrar mucho y tener vacaciones largas? Pues si quiere ambas cosas ahorre un poco y tenga vacaciones cortas. Una sociedad puede conseguir, por ejemplo, la igualdad total, pero no lo puede hacer sin destruir la libertad. Toda la protección posible del medio ambiente no se puede conseguir sin paralizar la economía. No hay valores ni derechos absolutos, ni siquiera la vida. Gobernar, en la práctica, implica lograr el máximo posible de un valor, por ejemplo, la seguridad, que sea compatible con otros valores, por ejemplo, el respeto de los derechos. En el caso que nos ocupa, como lo dicen los expertos, había que hacer compatible la construcción del metro con la protección de un monumento nacional que, por sus características, no se puede trasladar sino parcialmente. La solución razonable, entonces, no parece ser otra que levantar el monumento en otro sitio.
Pero los políticos airados no ponderan, ni sopesan ni tratan de encontrar la mejor solución posible. Lo suyo es condenar como sacerdotes inquisidores. En Colombia muchas veces la política no se hace para controlar al gobernante o para mejorar sus decisiones, sino para bloquearlo, desprestigiarlo y destruir su programa de gobierno. Esto podría tener algún sentido si la oposición no tuviera vocación de poder. Pero la tiene y por eso es bueno recordarle que, con esa actitud destructiva, alimenta los odios y las venganzas que, como un bumerán, le harán la vida imposible cuando ella, eventualmente, llegue al poder y le toque lidiar con una oposición que actuará tal como ella actuaba.
Necesitamos reemplazar este círculo vicioso de venganzas por una crítica política responsable. Raymond Aron decía sobre eso lo siguiente: cuando uno critica al gobernante debería responder con honestidad la siguiente pregunta: “Si la decisión estuviese en mis manos, ¿yo qué haría?”.
