Desde hace muchos años quería ir a la India. Porque su historia, su cultura, sus religiones y su geografía siempre me han llamado la atención. Y en años recientes me ha interesado mucho conocer la naturaleza de su bonanza económica.
Por fortuna pude ir en mis vacaciones y constatar lo expresado por el gran escritor mexicano Octavio Paz (quien fue embajador allá) en su libro Vislumbres de la India: “Lo que me sorprendió de la India, como a todos, fue su diversidad hecha de violentos contrastes: modernidad y arcaísmo, lujo y pobreza, sensualidad y ascetismo, incuria y eficacia, mansedumbre y violencia, pluralidad de castas y de lenguas, dioses y ritos, costumbres e ideas, ríos y desiertos, llanuras y montañas, grandes ciudades y pueblecillos, la vida rural y la industrial a distancia de siglos en el tiempo y juntas en el espacio”.
En materia económica, el progreso indio ha sido impresionante. En los pasados 18 años su tasa de crecimiento anual promedio fue del 8 por ciento. Y su meta, para la próxima década, es acelerar ese ritmo hasta alcanzar el 10 por ciento de incremento anual. Como el resto del mundo, India se enfrenta a la recesión económica global —que seguramente hará que por uno o dos años su PIB crezca “apenas” 6 por ciento cada 12 meses—. Para recuperar su increíble dinamismo —sólo superado por el de China—, su banco central está recortando agresivamente el costo del dinero. Además, su gobierno está ejecutando un gigantesco programa de inversión pública en infraestructura. (Ambas recetas se les han formulado a las autoridades económicas colombianas, pero su aceptación e implantación deja mucho que desear).
Sin embargo, a pesar de los avances de la India, la miseria golpea duramente a 260 millones de personas, la cuarta parte de su población. Y la corrupción, tanto en el sector público como en el privado, es ahora peor (recomiendo leer la estupenda novela de Aravind Adiga, White tiger, ganadora del Man Booker 2008).
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Este año escribiré un libro sobre don Hernán Echavarría Olózaga. Por lo tanto, lamentablemente no tendré tiempo suficiente para seguir escribiendo esta columna. A partir de 2010, cuando concluya el libro, volveré a opinar en estas páginas los lunes. Agradezco a las directivas del periódico su comprensión y la licencia por un año. Y muchas gracias a mis lectores por su interés en mis escritos, nos veremos de nuevo el año entrante.