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Mauricio Rodríguez
23 de noviembre de 2008 - 10:06 p. m.
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La decisión de inversión pública más importante de los últimos tiempos será la del metro para Bogotá.

Se estima que su monto superaría los 3 mil millones de dólares, plata que tendría que aportar el Gobierno nacional en un 70 por ciento y el resto la administración distrital. A estos dineros —cuya fuente principal sería el crédito externo— tendría que sumársele el costo anual del subsidio al pasaje del metro, puesto que sus tarifas no alcanzarían a financiar su operación.

Así pues, la ciudad y el país —de la mano de los expertos en el asunto— deben analizar con gran profundidad el impacto de este trascendental paso. Y tienen que estudiar con juicio, sin dejarse seducir por el populismo, las opciones para resolver el grave problema capitalino de movilidad, así como el uso alternativo de esos recursos multimillonarios.

En cuanto a las opciones de transporte, hay que escuchar con sumo cuidado las recomendaciones del ex alcalde Enrique Peñalosa. Porque él lleva más de 20 años estudiando en detalle los costos y beneficios de las diversas respuestas. Hoy —más que nunca— está convencido de que lo más conveniente es seguir desarrollando el Transmilenio. Su posición no es política, no obedece a un deseo de obstaculizar la gestión del alcalde Moreno, busca tan solo evitar una equivocación monumental que tendría nefastas consecuencias sociales y económicas. Y es el producto de su dominio técnico y financiero de este complejo asunto, conocimientos que le reconocen en muchas naciones.

Su conclusión es que expandir Transmilenio costaría 1/7 parte de lo que habría que pagar por el metro, movilizando un volumen (hora/sentido) similar de pasajeros. Con la gran ventaja adicional de que no demandaría el oneroso subsidio anual que exigiría el metro, porque con su tarifa cubre sus gastos de funcionamiento.

Además, hay una razón muy poderosa para no destinar ese platal al metro, teniendo la posibilidad de lograr el mismo objetivo de mejorar la movilidad ampliando Transmilenio. En Bogotá hay un millón de ciudadanos que a duras penas sobreviven en la miseria. Hay grandes necesidades insatisfechas en agua y alcantarillado, en vías de los barrios marginales, en salud y educación para mucha gente que sufre la pobreza extrema.

Sería absurdo invertir 3 mil millones de dólares en un proyecto que puede sustituirse con un modelo eficiente y mucho más económico. Y se cometería una gran injusticia social empleando esa suma astronómica en algo distinto a la solución de los apremiantes problemas de ciudadanos que viven en pésimas condiciones.

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