Ayuda con veneno

Mauricio Rubio
17 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

“Todas las mujeres con las que trabajamos aseguran que la ley hizo más difícil y peligroso su trabajo”, asegura el coordinador de una ONG de apoyo a prostitutas chinas en París.

“Nos enfrentamos a un aumento en el número y en la gravedad de las violencias: la ley ha invertido las relaciones de poder en beneficio de los clientes”, remata. Según él, las trabajadoras sexuales ya no están en capacidad de escoger y tienen que negociar de manera rápida y clandestina. “Se ven obligadas a trabajar en sitios más alejados y oscuros, en los parkings o en el domicilio de los clientes, incluso a buscar protección de proxenetas”. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones; donde no había mafias, la ilegalidad las atrae.

La ley francesa supuestamente diseñada para defender a las prostitutas de los traficantes, la que penaliza a los clientes, la misma que busca importar Clara Rojas al país, acabó ensañándose con el segmento más frágil de un mercado casi virtual, donde jamás será efectiva. En París hace décadas estas mujeres son conocidas como las caminantes de Belleville pues en ese barrio se concentran desde los años 80. Francia tiene reputación de buen país receptor, con amplias oportunidades laborales para inmigrantes. Sólo al llegar caen en cuenta del mito y reciben la recomendación de pedir asilo porque sin un empleo les será difícil obtener el permiso de trabajo.

Lo único que consiguen es cuidar niños, ser nounous. Las condiciones de trabajo varían pero, siendo un mercado negro, las posibilidades de sobreexplotación son altas. Cuarentonas o más, sin papeles, sin hablar francés, sin empleo, sin contactos y, no sólo endeudadas sino con la obligación de mandar dinero a sus familias y ahorrar, nunca tuvieron muchas opciones distintas a la prostitución. Ninguna mafia las trafica, redes informales de mujeres de una misma región china les señalaron esa posibilidad.

Siempre entraron al mercado sin proxenetas y hasta hace poco podían mandar buena parte de los ingresos a sus familias. El costo que asumían era cierta inseguridad física en el oficio y, sin nociones de salud sexual, el riesgo de enfermedades. Según la ONG “Médicos del Mundo” que se ha especializado en atenderlas en el Lotus Bus, uno de los principales peligros que han enfrentado estas inmigrantes ha sido la policía parisina.

Desde que en el 2003 la llamada Ley Sarkozy criminalizó el racolage pasivo (ofrecerse por dinero en espacios públicos), la presión y el acoso sobre la prostitución callejera ha sido permanente. La policía detenía y requisaba mujeres aun sin estar trabajando. Tener preservativos en la cartera se convirtió en un indicio de infracción a la ley y por lo tanto en una costumbre no recomendable. Ese despropósito policial sumado a la inexperiencia de estas señoras para el sexo con extraños hicieron bastante difícil su situación. Por temor a ser acusadas de racolage esperaban a sus clientes en lugares oscuros y desprotegidos; se subían a los vehículos sin mayor precaución, aumentando su vulnerabilidad. El círculo vicioso se cerraba porque, sin papeles, eran reacias a denunciar los ataques, de los clientes o la policía. Debían protegerse entre ellas. “Si un hombre ha causado problemas, tratamos de advertirles a las demás … Si una de entre nosotras se ausenta por mucho tiempo, tratamos de contactarla”.

Desde antes de la ley que supuestamente las ayuda, su situación era bien precaria. Como el proxenetismo estaba prohibido, los vecinos las chantajeaban. “Me dicen que si no les pago 20 euros cada vez que paso frente a su puerta avisarán a la policía”.

Después de aprobada la ley contra la compra de servicios sexuales en abril de 2016 todo empeoró. “Pasamos de diez a tres contactos por día. Nos vemos obligadas a seleccionar menos y tenemos que aceptar malos clientes”. La violencia contra ellas aumentó, la posibilidad de quejarse desapareció por completo y los agresores empezaron a sentirse realmente impunes. “Un tipo rompió la cerradura de mi apartamento y lo saqueó, dejó abiertas las llaves del agua y todo se inundó. Antes no me habría pasado eso”. El temor a ser multado alejó a los conocidos y habituales. Ellas tuvieron que reajustar sus tarifas a la baja, estar con clientes que antes habrían rechazado como la peste e incluso aceptar relaciones sin preservativo.

Con más de una década de entrenamiento en desconocer sus derechos más básicos, la policía francesa ya ni siquiera se incomoda con los abusos, que ahora tienen el hipócrita empaque legal de la ayuda progresista. La realidad sigue siendo cada vez más dura para quienes simplemente necesitan un mínimo de protección. “La policía tiene dos enemigos: los terroristas y las putas”, se quejaba con sorna una de ellas hace unos años.

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