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Cínicos Sin Fronteras

Mauricio Rubio

09 de abril de 2014 - 11:00 p. m.

“Las diferencias de ingresos resultantes de cualquier forma de discriminación, como raza o género, son minúsculas comparadas con las brechas que causan las fronteras nacionales”.

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Ignorando esta sentencia de un artículo de Slate del 2008, los políticos europeos llevan años reforzando fronteras. Ahora presionan a países expulsores de migrantes para embarcarlos en su lucha contra el “tráfico de seres humanos”. La cumbre euro-africana que acaba de darle un nuevo apretón a los ilegales, sumada a la dádiva del turismo Schengen, me recordaron la charla con Eulalia, una ecuatoriana que conocí tramitando mi residencia española en 1999. Su hermano albañil no lograba salir de la clandestinidad y ella no entendía el lío para trabajar legalmente: le sobraban oportunidades, no perjudicaba a nadie, sus contratantes no tenían otras opciones y el salario era más que competitivo. No pagaba impuestos, no cotizaba a la salud y no podía salir del país ni alquilar vivienda. “Todos pierden”, concluía. La sorprendió mi visa, especial para profesores universitarios, futbolistas, actores y músicos: al empleador no le incumbe si el trabajo ofrecido lo puede realizar un español. Eulalia se extrañó no sólo por lo regresivo de un sistema laxo con los mejor remunerados sino por ese favoritismo incompleto que me obligaba a hacer fila de madrugada ante la Policía, como a ella.

Meses después el Banco Mundial me invitó como comentarista a la conferencia anual sobre economía del desarrollo. El anfitrión era Joseph Stiglitz –luego premio Nobel y ahora gurú de la equidad- quien al final hizo un balance del evento. Consideraba discutidas todas las áreas importantes para el apoyo del Banco a las naciones pobres. Por no dejar, preguntó si había temas pasados por alto pero relevantes para la agenda del desarrollo. Sabiendo poco de migraciones, dudé en intervenir pero recordé a Eulalia, la mencioné como “experta en latinos en España” y anoté que ella propondría una evaluación de las leyes de inmigración, ineficientes, inequitativas e incoherentes con la apertura de los demás mercados. Varios tecnócratas subrayaron la complejidad política del asunto y dos de los asistentes –ambos inmigrantes- replicaron que al recomendar abrir las economías las dificultades políticas y legales parecían infranqueables pero los defensores de la apertura no se detuvieron por la falta de claridad sobre cómo se haría efectiva. Sin comentarios adicionales, Stiglitz cambió de tema.

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El artículo de Slate resume un trabajo sobre migrantes en el que los autores estudiaron personas situadas bien por encima de la línea de pobreza. Se centraron en ingresos superiores a diez veces el límite de un dólar diario por persona. Los impactó el resultado para los haitianos: 82% de esos privilegiados vivían en los EEUU y sólo 18% en Haití. Para subrayar la ineficiencia de las fronteras sugieren “medir el desarrollo como si la gente importara más que los lugares”. Proponen destronar el PIB, centrado en un territorio, y reemplazarlo por los ingresos de los nacidos en cada país. Los haitianos ganan 38% más que quienes viven en Haití y cada nuevo emigrante ayuda a mejorar ese ingreso nacional propuesto. Para Colombia, ladiferencia es mucho menor (3%) y el máximo mundial corresponde a Guyana (104%).

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Los haitianos emigrantes confirman una perogrullada: para dejar de ser pobre conviene alejarse de la pobreza. Así lo entendieron quienes, desde siempre, buscaron oportunidades en regiones prósperas. El libre desplazamiento ha permitido evitar otros males: guerra, dictadura, fundamentalismo, crimen, enfermedades o corrupción. Dentro de las fronteras nacionales, esos flujos espontáneos sólo han sido restringidos por regímenes totalitarios. En la sociedad globalizada la función arbitraria y regresiva de impedirlos la cumplen, por ahora, las leyes de inmigración de países democráticos. Aquellos cuyos líderes deploran la pobreza y la desigualdad, critican el despotismo y monitorean el respeto por las libertades y los derechos humanos en el resto del mundo. Eso sí, siempre intra-muros y secundados en su paternalismo territorial por un amplio abanico de ONGs y una pujante actividad asociativa de solidaridad Sin Fronteras que incluye desde médicos hasta payasos. SF, sufijo infalible del sector, machaca la libertad con la que los europeos se mueven por el mundo. Quienes con menos ingresos y estudios intentan migrar en contravía se estrellan con fronteras reforzadasfísicamente. La amnesia y la desvergüenza son tales que los políticos europeos, en armonioso coro con voces de izquierda y derecha, aprietan a los africanos para que emulen dictaduras represoras de emigrantes, como añorando réplicas del muro de Berlín. En cuanto al “tráfico de personas”, secuela inevitable de las fronteras cerradas, el cinismo alcanza para calificarlo de “nueva forma de esclavitud”.

Charles Tiebout acuñó una poderosa metáfora para la migración: “votar con los pies”. No alcanzó a vivir el absurdo escenario de todos los mercados abiertos menos uno: precisamente el que permitiría votar contra los tiranos y, literalmente, salir de la pobreza. Le parecería un mal chiste la declaración de Mariano Rajoy, promotor del uso de la cooperación europea en África como palanca para progresivos controles a la emigración: “(debemos) colaborar con la Unión Africana para intentar sacar de la pobreza a muchas personas que viven en estos países… que la gente no tenga que irse de su casa”. La frase tiene la autoridad moral de quien no le dio la gana quedarse de registrador en su Galicia natal. Ver más…

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