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Colombianas con papito europeo

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Mauricio Rubio
17 de abril de 2014 - 06:15 a. m.
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Dos amigas charlan en un taxi madrileño y el chofer, que reconoce el acento, confirma entusiasmado su sospecha de que son colombianas.

El taxista se embarca entonces en un emotivo inventario de las maravillas de ese país. “¿Cuando estuvo en Colombia?” le preguntan. “¡Nunca he podido ir! -responde apesumbrado- pero hace años tuve una novia de allá y no la olvido ¡Ha sido la única vez en la vida que me han llamado papito!”. Del éxito de las colombianas con europeos hay indicios adicionales a este nostálgico español. Una persona que trabajó muchos años con una multinacional francesa en Bogotá recuerda que la mayoría de los gerentes desbarataron su matrimonio con coterráneas elegantes y educadas tras enamorarse de empleadas locales de origen modesto, poco intelectuales y, sobre todo, muy cariñosas y serviciales. Hace poco, al hablar de esto con tres amigas francobogotanas, una de ellas anotaba que dentro de las primeras recomendaciones que recibe una esposa de expatriado recién llegada al país está la de cuidarlo.

Con las colombianas que conocí en Madrid trabajando como niñeras, empleadas domésticas o meseras, o las dueñas de restaurante organizadas con un español, en la inevitable charla sobre las razones para emigrar surgía como complemento del “ganar más” la alusión a buscar alguien distinto al tomatrago y mujeriego de su tierra. Los datos censales españoles muestran que la inmigración colombiana es una de las más feminizadas y que la proporción de esas mujeres unidas con un ibérico (30%) es casi cinco veces la de compatriotas varones en situación equiparable (6.5%). Las uniones mestizas presentan menos riesgos que aquellas entre compatriotas, como las ecuatorianas, en donde se concentra la violencia doméstica. En Francia, en los matrimonios binacionales, la participación de los hombres con extranjera es similar a la de mujeres pero por cada unión de francesa con colombiano hay más de tres de colombiana con francés.

El flujo de latinoamericanas autónomas hacia Europa es importante. Ante leyes de inmigración pensadas para esposas de trabajadores, las no profesionales enfrentan dificultades consiguiendo empleo, visa o ciudadanía. A pesar de su participación mayoritaria en la inmigración colombiana, las mujeres recibieron apenas el 37% de las visas de “residencia y trabajo” expedidas por España en 2009. Para las de estudiante, la proporción femenina fue del 53%. Entre las latinas, las agresiones de pareja se asocian con su estatus inmigrante: si llegaron por reagrupación familiar o necesitan apoyo masculino, la dependencia se puede volver dominación; cuando su situación de papeles es precaria, temen denunciar.

Sigue siendo insuficiente el interés por las inmigrantes latinas no calificadas. Una medida simple para mejorar su situación, no sólo económica, sería facilitarles una residencia provisional sin depender de ningún hombre, para que busquen in situ tanto nuevas opciones de trabajo como un parejo menos machista. Se sabe que la demanda europea por mano de obra femenina es sólida, y creciente, pero por empleadores sin capacidad para tramitar visas a distancia. Los datos demográficos, múltiples testimonios y la aparición de agencias especializadas en contactar latinas con europeos también sugieren buenas perspectivas para las relaciones de pareja, pero cuando estas contaminan el trámite de los papeles ponen a las mujeres en situación de dependencia.

Con contadas excepciones, es difícil encontrar ONGs o activistas que propongan flexibilizar las leyes de inmigración para adaptarlas a la realidad de las latinoamericanas en Europa. Por el contrario, buscan estropear e ilegalizar cualquier actividad que facilite la unión de un europeo maduro con una extranjera más joven y humilde. Aunque sea no sólo consensual sino buscada por ambos, este tipo de relación ha sido asimilada a la “trata de personas para fines de explotación sexual”. Ya bordeando la tercera edad, los hombres menos machistas del mundo se transformaron en abusadores pervertidos y las extranjeras en sub-mujeres incapaces de saber lo que les conviene y de tomar sus propias decisiones.

El saboteo ha funcionado para la prostitución, con leyes represivas que se ensañan con las inmigrantes más pobres mientras fortalecen a las mafias. Siguen en la mira el turismo masculino, las agencias matrimoniales y los portales de encuentros. La cruzada es tan delirante que ya se consideran sospechosos los lugares “frecuentados por mujeres como discotecas, peluquerías o almacenes de calzado” pues es en esos sórdidos escenarios donde “el reclutamiento se realiza a partir de ciudadanos europeos que se encuentran en Colombia”. Terminará estigmatizado el empleo de latinas en oficios que “perpetúan los estereotipos de género”, como el cuidado de niños y ancianos, el servicio doméstico o la atención en hoteles, bares, cafés y restaurantes. Quedarán vetados precisamente aquellos trabajos con mejores oportunidades para que las colombianas sin muchos estudios, cariñosas y serviciales, se levanten un papito. Y de paso confirmen que su estrategia de emancipación femenina es políticamente incorrecta, paradójica, pero eficaz.

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Nota: Ya escrita la columna me entero de la caleña que enloquece al español en ‘Ciudad delirio’. La crítica algo chauvinista de Iván Gallo a la película da para volver sobre el tema. 

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