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Colombianas educadas y temerosas del SIDA

Mauricio Rubio

02 de septiembre de 2015 - 09:47 p. m.

Nadie hubiera imaginado que la crema y nata de las solteras heterosexuales, instruidas, emancipadas, terminarían afectadas por los mitos del activismo gay.

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La proporción de mujeres con VIH es bajísima, pero casi la mitad de las colombianas cree tener “algún riesgo de infectarse con el virus que causa el SIDA”. Ese porcentaje no significaría gran cosa si no fuera por el peculiar perfil de quienes expresan ese temor. La percepción del peligro es elitista: aumenta con el nivel socioeconómico y educativo, duplicándose de un extremo a otro de la escala. Las solteras tienen el mayor chance de sentir esa piedra en el zapato, y si viven en Bogotá todavía más. La sensación de riesgo aumenta entre quienes suman varios años de actividad sexual sin formalizar una unión, han tenido muchos parejos, pocas relaciones duraderas y han sido infieles.

Por otro lado, incidentes como violación, aborto, manoseo o golpes de un compañero celoso, también se asocian con esa incomodidad que solo cede con el matrimonio, menos compañeros de cama o abstinencia sexual prolongada. El miedo al VIH parece un guardián interior de viejos valores.

Aunque la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, donde encontré estos datos, no tiene información directa sobre venta de servicios sexuales, es posible detectar en la muestra algunas prostitutas que, a pesar de enfrentar un riesgo real varias veces superior, le temen menos al virus que las profesionales universitarias.

La distribución del susto al VIH entre las mujeres tampoco corresponde a la dinámica del contagio. La feminización de la epidemia es un hecho, pero la principal vía de transmisión son los compañeros estables. “Solo con la última persona con la que tuve relaciones y que fueron de esas relaciones largas, como con compromiso, con esa persona tengo como una sospecha confirmatoria porque él se desapareció muy raro”. “Tengo la seguridad de que él sabía que vivía con VIH y no lo avisó. ¿Tenía que avisarlo? No sé”. “Yo tuve el hijo sola, creo que al papá ya le habían diagnosticado eso. Nunca me comentó nada. Cuando supo que me embaracé me dijo que no tuviera el niño”. Quienes se contagian son novias, compañeras o esposas confiadas en su estatus de pareja fija, que suspendieron precauciones con quien seguramente era promiscuo, no radicalmente heterosexual y poco transparente. Uno de esos personajes “que viven escindidos en dos mundos, en ninguno de los cuales revelan su otra identidad”.

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El manejo de riesgo del VIH debería basarse en el sentido común y la evidencia, no en las fábulas del activismo gay. Toca superar la peregrina idea de que un virus tan difícil de transmitir como el VIH es un problema de todos, que puede caerle a cualquiera y que, máxima quimera, no tiene que ver con la promiscuidad. El contagio de las enfermedades venéreas ha dependido siempre del sexo desprotegido en relaciones con numerosas parejas. Esta verdad de a puño fue distorsionada por la militancia, pero la realidad es que el VIH sigue tercamente concentrado alrededor de focos de riesgo específicos y muy promiscuos, como los Hombres que tienen Sexo con Hombres (HSH), con 61.5 % de los casos nuevos, y las mujeres trans (9.6 %). Las “parejas féminas” de los HSH presentan altísimo riesgo, similar a las trans, y la incidencia del “sexo casual heterosexual” (2.4 %), meollo del susto, es ya cuatro veces inferior a la del “sexo estable” (9.7 %) con alguien que alguna vez tuvo contacto con poblaciones de alto riesgo pero guardó silencio. Este insólito escenario, fruto de ideas retorcidas, exige reforzar los protocolos del condón.

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Una característica delSIDA es el largo período de incubación: hasta 10 años sin síntomas aparentes. El temor al contagio de muchas colombianas probablemente surge de esos períodos críticos en que la relación sexual ya no es con un extraño, pero tampoco con alguien por quien se pueda poner la mano en el fuego para dejar de usar preservativo. Puesto que militantes gays radicales han defendido la idea de que un seropositivo no tiene por qué revelar su situación -una actitud sin antecedentes en la epidemiología y devastadora para muchas mujeres- lo que se impone al dar ese paso es exigir una prueba VIH, algo que se debería pedir de oficio para el matrimonio. Sin ese colofón, el uso del preservativo hasta ese momento queda súbitamente transformado en un inocuo ritual, en prevención cero. Más vale colorada unos minutos que asustada varios meses.

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