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De los paras del M-19 a Petro El Grande

Mauricio Rubio
26 de mayo de 2022 - 05:00 a. m.

Una insólita alianza que mantuvo el M-19 por varios años fue con Ariel Otero y Henry Pérez, líderes de las Autodefensas Unidas del Magdalena Medio.

Los vínculos de esta audaz guerrilla tanto con Pablo Escobar como con los paramilitares de Puerto Boyacá sobrevivieron al enfrentamiento entre ellos. Muerto Rodríguez Gacha, tanto Otero como Pérez, enemigos viscerales de la subversión, se distanciaron de Escobar por sus devaneos con la izquierda para volverse informantes de la DEA. Enterado de esta traición, Escobar mandó matar a Pérez dándole impulso a los Pepes, la alianza que lo liquidaría.

El origen de la asociación M-19—paras había sido Diego Viáfara, militante del Eme que desde los ochenta llegó al Magdalena Medio para auxiliar a las Farc y luego volverse paramilitar. Después desertaría para convertirse en informante de las autoridades. La versión de María Jimena Duzán a principios de los noventa es que Viáfara ingresó a las autodefensas forzado. Según Fabio Castillo, el mismo personaje habría definido su misión: “infiltrar las organizaciones paramilitares para descubrir todo su aparato y, ante todo, la fuente de financiación”.

La información que manejaba este doble agente muestra su importancia entre las mafias. Por él se supieron los tentáculos del narcotráfico en el ejército, la contratación de mercenarios extranjeros, las rutas de salida de droga y llegada de armas e incluso, según la Duzán, “Viáfara conocía con anticipación las masacres y los atentados” de los paras.

No queda claro si Viáfara mantuvo sus contactos con los del Eme que siguieron acercándose a Pérez y Otero. Sorprende la absoluta falta de curiosidad de un par de agudos periodistas sobre los vínculos del nuevo paramilitar con sus antiguos compañeros.

Está, por otro lado, una frustrada reunión con narcotraficantes de Medellín, bloqueada por Fidel Castaño, y un “encuentro de los Estados Mayores de las autodefensas del Magdalena Medio y del M-19″ en territorio del Mexicano, tal vez el principal narco de entonces, quien reunió a cuatro Emes con quince capos. “Recuerdo a Nelson Lesmes, el Zarco, también a un exalcalde de Puerto Boyacá de apellido Rubio… También Henry Pérez y Ariel Otero. Y como anfitrión nada menos que Gonzalo Rodríguez Gacha”.

El loable propósito de semejante cónclave era destacar la importancia de la paz. “El reto era construir otra visión, una mirada diferente, un nuevo escenario para nosotros y para las generaciones por venir”. El mismo relato revela detalles sustanciosos, esos sí verosímiles, sobre aquella asamblea de guerreros. “Pensaban que éramos muy eficientes en ciertas operaciones armadas, que manejábamos técnicas y tácticas muy novedosas. Demostraban gran respeto por nuestra historia militar. Nos preguntaron con insistencia por una operación que hicimos por allá en 1984 o 1985, en el Quindío … Estaban muy interesados en operaciones de infiltración con pequeños comandos”.

A partir de allí, de manera reservada, se inició una larga relación entre los líderes de las autodefensas y la cúpula del M-19, cuyos enviados reportaban directamente al comandante Pizarro, quien ordenó “atender las relaciones con las autodefensas. Cree que hay que persistir y profundizar esa relación. Me recomienda discreción y prudencia… El secreto de la misión se mantiene”.

¿Por qué algo tan loable y políticamente pertinente tuvo que mantenerse bajo estricto sigilo? Sobre la cercanía, un testimonio de Álvaro Jiménez es diáfano. “Me vuelvo asiduo visitante de Puerto Boyacá. La confianza, de parte y parte, es cada vez mayor. Decido seguir yendo sólo, y ya no me alojo en el hotel sino en la casa de Henry… En Puerto Boyacá tenían un radio que pusieron a mi servicio. Me dejaban solo mientras buscaba mi frecuencia… Estos gestos iban creando un ambiente de confianza mutua… especialmente con Lucho (Ariel Otero)”.

Estos contactos continuaron hasta el asesinato de Henry Pérez. Los subversivos buscaban, según ellos, conocer a fondo las autodefensas para involucrarlas en el propósito de la paz. “Una solución civilizada al problema del narcotráfico había que encontrarla entre todos… La misión de Álvaro Jiménez consistía en adentrarse en el mundo de las autodefensas, en su retaguardia; se trataba de conocer y comprender ese fenómeno, ya no para destruirlo sino para transformarlo”.

Con selectos mensajeros, Carlos Pizarro pretendía redimir a los paras y reformar el narcotráfico. Son comunes entre sus pupilos características asociadas al narcisismo del que él fue plusmarquista mundial: manipular la verdad, no rendir cuentas, mesianismo y prerrogativas especiales, como incumplir la ley o aliarse con paras.

Que el candidato favorito para las próximas presidenciales es egocéntrico lo recalcan quienes han trabajado con él o lo conocen de cerca. “Lo que más me preocupa de Petro es su trastorno narcisista de personalidad y la mitomanía compulsiva”. Aunque repetido hasta el cansancio, el castrochavismo es el menos probable de los daños que puede causar un gobernante que sólo se respeta a sí mismo, con recurrentes y faraónicos delirios. Todo en detrimento de las instituciones democráticas que aprovechó para florecer.

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