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Las presiones de la cuarentena exacerbaron los conflictos familiares. En algún momento les dije a mis dos hijos mayores que dejaran la soberbia y lo tomaron mal. Me sorprendió la molestia por un término que mucha gente ha usado conmigo y en general con los economistas. Reflexionando sobre mi gaffe concluí que hay dos soberbias bien distintas: una laboral o profesional y otra profunda, vital.
La economía contemporánea pretende tener la mejor teoría del comportamiento humano: la elección racional. Activos predicadores pretenden colonizar territorios buscando imponer su visión de los mercados y de la sociedad. La prepotencia dentro de la profesión es notoria. “Yo pensaba que los físicos eran la gente más arrogante del mundo. Los economistas lo son aún más”, anota un segundón. Los sanguinarios enfrentamientos en ciertos seminarios universitarios de economía son legendarios.
Pero la intolerancia entre colegas es juego infantil al lado del llamado imperialismo económico. O piensan como nosotros o no existen, parece ser el lema que varios economistas expresan sin rubor. “Mientras la economía aplica sus herramientas a una amplia gama de asuntos sociales, se transformará en sociología, antropología y ciencia política. Mientras estas disciplinas se hacen cada vez más rigurosas no simplemente se asemejarán sino que serán economía”.
Jack Hirshleifer, economista experto en conflicto, es transparente: “Crimen, guerra, política, la lucha por la apropiación, son un continente intelectual en el mapa de la actividad económica… los economistas encontraremos un número de tribus nativas —historiadores, sociólogos, psicólogos, filósofos, etc.— que, con sus primitivos métodos intelectuales, nos han precedido. Una vez que los economistas consigamos implicarnos, ¡por supuesto que barreremos estos ateóricos aborígenes!”. Según Hirshleifer, los principios económicos enmarcan incluso la biología. “El enfoque evolucionista sugiere que el propio interés es en últimas el principal motivador de los seres humanos y todas las formas de vida”.
Abundan afirmaciones en esas líneas. “El enfoque económico proporcionará un marco en el que se basarán las ciencias sociales… las demás disciplinas carecen de paradigmas… Los historiadores y los politólogos no han (compartido) una teoría general para explicar todos los acontecimientos… Los demógrafos nunca han contado con un enfoque que pueda explicar cambios en fertilidad, en tasas de mortalidad o patrones de matrimonio… Los sociólogos reconocen que su disciplina carece de paradigma… Todas las ciencias sociales se definirán como el campo que explora el ajuste del comportamiento humano a cambios en las circunstancias, con maximización racional, y todos los científicos sociales serán economistas”.
En un debate sobre consecuencias fiscales de los fallos constitucionales, un economista colombiano se exasperaba por la ignorancia de los magistrados hasta el punto de llamarlos “burrisconsultos”. Fuera de infundir un temor reverencial entre economistas jóvenes para desafiar verdades aprendidas, una consecuencia de la arrogancia es la incomprensión y desinterés por fuera del reducido auditorio endogámico de estudiantes y colegas. La formalización matemática, en últimas, es una liturgia que sirve de barrera contra la crítica de otras disciplinas, reforzando la soberbia.
La gran ironía de la disciplina económica es la escasa, casi nula, destreza para llevar a la práctica su principal predicamento: maximizar la riqueza individual. Economista es casi siempre sinónimo de torpe para los negocios. La formación típica es para recomendarle “política pública” al soberano.
La soberbia idealista y progre es taimada, menos explícita. Se presenta como abierta, respetuosa e incluyente, siendo bastante intolerante y mandona. No se limita al conocimiento, sino que llega al “cómo debería ser la realidad”. Cuando Ignacio Sánchez-Cuenca, socialista español y profesor universitario, leyó una alusión a la superioridad moral de la izquierda, decidió mostrar que eso no era un manido cliché sino la verdad verdadera. De ahí salió un opus con ese modesto título que detalla por qué las ideas de izquierda son, efectivamente, moralmente superiores a las de derecha.
En una entrevista sobre su obra, el autor despacha sin rubor opiniones que cualquiera que haya conocido gente con esa orientación política digiere con dificultad. “Las personas de izquierdas tienden a ser más abiertas intelectualmente… La izquierda tiene una noción de libertad más potente, pero más difícil de transmitir: la libertad como autorrealización y autogobierno de la persona, como capacidad de actuar autónomamente… nuestras ideas son la expresión más pura de la mejor forma de vida en sociedad, aquella donde no hay explotación ni dominación y los hombres, las mujeres, son, como diría Rosa Luxemburgo, completamente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres”.
Cual estudiante de bachillerato después de su primer ensayo sobre el mejor mundo posible, Sánchez-Cuenca sueña que la lectura de su libro lleve a que todos y todas abracen las ideas de izquierda.
La gran ironía de esta soberbia es que apenas el izquierdismo más convencido de sus ideales llega al poder le tuerce el pescuezo a la igualdad, a las diferencias y a la libertad. Entre una y otra soberbia, que entre el diablo y escoja. Amén.
