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Llevo años criticando al M-19 y estoy lejos de ser petrista, pero aplaudo la construcción de viviendas de interés prioritario en lotes estrato seis, unas casitas de barrio alto.
Es refrescante una propuesta concreta y factible en medio de tanta retórica grandiosa. Pazólogos empedernidos pelaron el cobre: incondicionales de la Nueva Colombia se aculillaron con el Nuevo Barrio y acogieron el rechazo clasista. En general las reacciones fueron fofas, taparon la molestia con criminología burda, paternalismo, saboteo culturalista o cargos de populismo. Algunos expertos creyeron que se trataba sólo de un programa de vivienda cuando es ante todo una iniciativa contra el clasismo, y por eso la secundo.
Varias casitas quedarán cerca de la sede de SoHo, que acaba de publicar una fotonovela clasista que pasó sin escarnio público, un pésimo síntoma. En 2012 la foto de matronas caleñas con dos empleadas “afrodescendientes” en el fondo sí recibió condena masiva. Semana reviró citando a Pierre Bordieu y SoHo se fajó un “Elogio de la mujer negra” engalanado con mulatas en cueros. “El negro baila poseído de la gran bestia original” anota el ensayista fascinado. “Así tenemos la espléndida y lujuriante presencia de modelos que adornan esta edición” remata reforzando el estereotipo más clasista que racista de mujeres negras tentadoras, disponibles, calientes e irascibles originado según las entendidas en las subastas de esclavas desnudas. Las exhibieron con pelo alisado, al gusto de la clientela de señoritos lectores. Ignoraron que en otros lugares la foto equivalente a la tomada en Cali hubiera tenido fondo distinto, desde mestizo oscuro hasta clarito. La verdadera ofensa no era el color de piel, pero en Colombia es más cómodo declararse antirracista sin cambiar de costumbres que anticlasista con empleada doméstica que no comparte la mesa sino que come en la cocina.
Como algunos tuiteros ante las casitas, la SoHonovela expele clasismo sin agüero. En una elegante boutique, la empleada con delantal, gordita y torpe, le riega encima el café a Emperatriz la protagonista. La patrona la regaña: “Pajarito, ¡vuélese de acá!”. “Esa” ni siquiera tiene nombre. Al igual que las fotos del Elogio, el guionista plantea que las rígidas barreras sociales se brincan con un cuerpazo femenino. Emperatriz imagina que en SoHo “la de los tintos debe ser una hembra”. En el Parque de la 93 “la de la caseta” es una hermosa joven y confirma que en ese barrio todo es bello. Por eso angustian las casitas y por eso tiene valor simbólico construírlas, diría Bordieu. Por supuesto que es una provocación, como los robos de leche para repartir en barrios populares. Petro sacó del cajón la expertise del Eme, pero esta vez sin violencia, todo legal, y contra el clasismo. Difícil no aplaudir.
Para reforzar mi apoyo a la audacia me atrevo a soltar algunas ideas. Es fundamental que las casitas sean, por siempre, para mujeres pobres cabeza de familia con hijos escolarizados. Sobran razones a favor de este requisito, que hace más recomendable un esquema de alquiler, con rotación de beneficiarias, que de propiedad. Portería y mejoras del edificio de casitas pueden autofinanciarse con parqueaderos y locales alquilados sin subsidio. Así se evita el papayazo del deterioro y se desbarata la objeción del detrimento patrimonial. El proyecto debe ir apuntalado con becas para los hijos de las inquilinas en colegios de primer nivel, una tarea igualitaria siempre pendiente que es una chichigua frente a las promesas de gasto habaneras. El trabajo para las mujeres abunda en esos barrios, y la idea de acercarlas es gana gana: sin perder varias horas diarias en transporte se beneficiarán ellas, sus hijos y también sus patrones. Y no sólo por la mayor productividad: la dueña de una exclusiva boutique dirá “soy capaz” de tolerar una vecina distinta, emplearla, no decirle Pajarito sino aprenderme su nombre, y algún día, quizás, invitarla a comer, en la mesa. Le hablará de eso a sus clientas, y así.
Nadie tiene ni idea de lo que pueda pasar ahí, pues no hay antecedentes locales de ese experimento, común en otros países. Sin intentarlo, nunca se sabrá si funciona. La propuesta con madres cabeza de familia debería tranquilizar opositores: el riesgo es bajo y los beneficios sociales esperados importantes. Jamás imaginé que acabaría acudiendo al principio tupamaro que tanto inspiró al M-19: no lo piense más Alcalde, hágale.
