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Hace cuatro décadas dos sicólogos plantearon que el miedo y otras emociones fuertes se confunden con el deseo sexual.
En un experimento le pidieron a varios hombres que cruzaran dos puentes. Un grupo lo hizo por unas tablas de madera colgantes e inestables mientras otros pasaron por una estructura segura. Al final de la travesía, una atractiva mujer se acercaba a los participantes, les mostraba unos dibujos y les pedía comentarios. Los que cruzaron el puente peligroso incluyeron en sus respuestas más contenido romántico o sexual y le hicieron avances a la entrevistadora. Una explicación para esa reacción, conocida como “error de atribución”, es que confundieron el susto con atracción por la joven. El puente tembleque provocó en los conejillos de indias las mismas sensaciones que un encuentro amoroso e inconscientemente creyeron que la aceleración del ritmo cardíaco, las contracciones musculares, la transpiración y la adrenalina las causaba la mujer y no la condición del puente.
Algo similar ocurre en los parques de atracciones, según otros sicólogos que estudiaron parejas antes y después de montar en montañas rusas o similares. Les pidieron evaluar el físico de una persona en una fotografía y su interés por conocerla. Quienes salían de los aparatos veían más atractiva a la eventual pareja y las ganas de encontrarla aumentaban con la intensidad de sus emociones. El efecto fue similar para hombres y mujeres, pero débil entre las personas emparejadas. La exaltación física favorece las nuevas aventuras sexuales mientras el cine intensifica el romance en relaciones ya establecidas. Las parejas que han visto una película de suspenso o un melodrama buscan después mayor contacto físico y charlan más que quienes salen de un documental. Este impacto de las emociones no sólo se observa entre humanos. El sexo postestrés es común en los bonobos y hay especies de pájaros que después del susto de un depredador se aparean frenéticamente.
No conozco experimentos como estos para Colombia, pero sí testimonios que cuadran con el error de atribución. El típico romance de reina con mafioso, que tiene su dosis de emociones fuertes, no se explica sólo por arribismo. Un amigo que conoció a una joven educada y curtida en novios traquetos obtuvo de primera mano precisamente la interpretación que andar con ellos era equivalente a una buena montaña -o ruleta- rusa: adrenalina a tope. Una muñeca del cartel acostumbrada al “corre-corre”, al miedo y al peligro anota que “eso me causaba … se puede decir que morbosidad”. La codicia tampoco ayuda a entender el poderoso atractivo ejercido por los guerreros sobre mujeres de distintas edades y clases sociales. Desde la niña campesina fascinada por quien le enseña a manejar un arma hasta la universitaria embrujada con el arrojo de algún rebelde urbano. Unos genios en manipular los nervios a su favor fueron los del M-19. Algunas de sus compañeras han descrito el corrientazo que en medio del peligro las cautivó de manera fulminante, o la intensidad de las faenas de amor en situaciones de riesgo. Las periodistas seducidas por ellos en escenarios de vértigo –que ya maduras claman por la paz- han sido mezquinas para compartir sus excitantes experiencias. Más acorde con el esfuerzo por recuperar la memoria, Virginia Vallejo ofrece detalles de una escena en la que su amado capo, luego de darle una pistola, le ordena desvestirse. "Pablo se coloca tras de mí ... Una y otra vez aprieta el gatillo, y una y otra vez me retuerce el brazo ... Me somete mientras va utilizando toda aquella coreografía como una montaña rusa para obligarme a sentir el terror, a perder el temor, a ejercer el control, a imaginar el dolor ... a morir de amor ".
Los experimentos no aclaran ese punto, pero los testimonios sugieren que la confusión entre atortole y atracción es una fiebre pasajera de juventud. Eso lo agradecemos quienes sufrimos como adolescentes una época exasperante en la que las buenas notas, los libros, ser amable y colaborador sirven para conseguir amigas pero no para seducir. En esos años negros la pilera sólo aporta la complicidad de una frustrada suegra potencial también atormentada por el cafre de la moto, vago y metelón, que descresta con velocidad, peligro y el encanto de lo prohibido.
