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En 1986, Jorge Luis Ochoa y Gilberto Rodríguez Orejuela, tras ser capturados en Madrid, fueron extraditados a Colombia para ser puestos en libertad con simulacros de juicio. Ese mismo año, en Vigo, un grupo de “madres contra la droga”, formalizado luego como Asociación Érguete, convocaba una rueda de prensa para denunciar los bares que vendían vicio. Se iniciaba así “una revolución matriarcal que trascendió un barrio para llegar a toda la nación”. Los narcos locales, que atemorizaban y asombraban a la población con mano de hierro y consumo conspicuo, sintieron por primera vez que alguien les perdía el respeto. “¡Por qué vamos a tenerles miedo, si lo peor es que nos maten a nuestros hijos y ya casi están muertos!” clamó una de las afectadas.
Desde los años cincuenta, muchos pescadores gallegos complementaban sus ingresos con el contrabando de cigarrillos que descargaban de buques en alta mar para llevarlos con lanchas rápidas y en pequeñas cantidades hasta las rías gallegas. Basadas en clanes familiares, las bandas que contrabandeaban a gran escala se aliaron con organizaciones criminales europeas. A finales de los setenta, por los contactos en Holanda y Bélgica para el hachís marroquí empezaron acuerdos con proveedores turcos y libaneses de heroína. Después vendría la cocaína colombiana. En sus pueblos, los contrabandistas se convirtieron “en líderes de la comunidad, héroes locales que llegaban a ser elegidos alcaldes y a ostentar cargos importantes en la política autonómica”.
El tránsito del tabaco a las drogas duras se dio progresivamente, buscando mayor valor por kilogramo transportado. La marihuana y el hachís no generaron reticencias. El salto a la heroína y la cocaína sí causó discrepancias con quienes anticipaban que las autoridades empezarían a perseguirlos. La oposición cedió, los beneficios aumentaron y los capos se hicieron muy influyentes. “Generaban riqueza y empleo… No solo ostentaban puestos políticos, sino que eran abogados y empresarios con poder en negocios legales; eran los dueños de equipos de fútbol y los financiaban, sufragaban los gastos de las fiestas, ponían el dinero para arreglar el techo de la iglesia. La gente los admiraba”. Frente a familias que apenas llegaban a fin de mes “los narcotraficantes se paseaban por las calles en sus Ferraris y Porsches… Hasta contaban con el beneplácito de algunos. Hacían obras y mejoras en sus pueblos”.
Por el lado de la oferta de cocaína, en los ochenta hubo cambios importantes. El mercado norteamericano se saturó y ante el auge del consumo europeo los carteles colombianos buscaron nuevas puertas de entrada al viejo continente apoyándose en las redes que hacían descargas marítimas por Galicia. Ese era el objetivo de Ochoa Vásquez y Rodríguez Orejuela en Madrid. No sólo ofrecían un buen producto sino también know how para el lavado de dinero en Panamá. Además, “quedaron fascinados con lo dóciles que eran las autoridades y con los niveles de aceptación social de los clanes”. El hondureño Ramón Matta Ballesteros, socio del Cartel de Medellín y luego precursor de rutas hacia EE. UU. por México, había huido tras su participación en el secuestro y asesinato de un agente de la DEA en Guadalajara para instalarse en Galicia. Allí compró propiedades y contactó clanes históricos del contrabando. Vinculó a sus hermanos con empresarios locales. La vigilancia policial sobre ellos cesó cuando la DEA capturó en Honduras y extraditó al Matta narcotraficante. “Ahora ése es un tema que le corresponde exclusivamente a la policía española” puntualizó la agencia norteamericana.
Carmen Avendaño, principal impulsora de Érguete, recuerda cómo empezaron “conductas extrañas en los jóvenes del barrio. Fumaban algo raro… No sabíamos absolutamente nada de drogas”. Mientras los narcos operaban a sus anchas con autoridades y fuerzas de seguridad inofensivas, la droga mataba una generación de jóvenes. En aquel entonces ella iba “hasta a tres entierros en una semana”.
Al impacto directo de la droga se sumaban los robos para comprarla. Primero en sus casas y luego en la calle. “Empezaron a pasar por los juzgados y a pisar prisiones por robo”. Y no eran jóvenes excluidos o marginados, “podía ser el hijo de cualquiera”. Tuvieron que investigar por su cuenta lo que pasaba. Confirmaron que “los grandes capos de la droga en Galicia actuaban con total impunidad”. Entonces muchas madres “se hartaron y levantaron contra ellos”. Esas protestas hicieron que por primera vez las autoridades peninsulares hicieran un diagnóstico de lo que ocurría en la costas gallegas. La alerta desembocó en la Operación Nécora, uno de los mayores golpes al narcotráfico en la historia de España. Aunque hubo muchas condenas, la actividad sobrevivió. El negocio cambió de manos y se hizo discreto. No sólo los narcos colombianos evolucionaron: como el altruismo, la codicia es adaptativa.
