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Eterno diálogo con el Eln

Mauricio Rubio

20 de febrero de 2020 - 12:00 a. m.

No sorprendería un comunicado del Eln aclarando que con el paro armado querían mostrar, una vez más, su voluntad de diálogo.

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El cinismo eleno persiste junto con la insólita mezcla de candidez, contumacia e irresponsabilidad de quienes siempre exigen que el gobierno se siente a negociar con criminales irredimibles sin importar sus ataques, ni sus víctimas. En esta ocasión quedaron policías heridos, vehículos e infraestructura destruídos además de regiones aisladas que pronto sufrieron desabastecimiento.

Con el inventario de daños aún incompleto, la pazología machacaba que la única reacción viable ante atentados con bombas es el diálogo. Poner la otra mejilla y ceder al chantaje para apaciguar bandidos han sido estrategias progres recurrentes en el país del sagrado corazón. Hubo voceros oficiosos del grupo demencial recordando que las condiciones mínimas exigidas por el gobierno para retomar los diálogos –devolver secuestrados y renunciar al terrorismo- no serán aceptadas. Para ellos, los delincuentes políticos ponen las condiciones. Al absurdo se le suma el descaro de afirmar que el fortalecimiento de esta guerrilla es responsabilidad de la administración Duque. “La ambigüedad del gobierno en la implementación del acuerdo con las Farc les ha facilitado reclutar disidentes… en regiones en las que había prácticamente desaparecido”, anota campante un conflictólogo. La mala leche alcanza para que el jefe negociador en La Habana sugiera una alianza implícita que desconoce su histórico legado: “curiosamente tanto Gobierno como Eln censuran ese Acuerdo”.

El magno ejemplo sigue siendo la paz santista, como si el impacto sobre este grupo no hubiera sido fortalecerlo con disidencias de las Farc detectadas antes del mejor acuerdo posible. Junto al encaletamiento de armas y al boom de testaferros, hubo emigración de combatientes farianos hacia el Eln, al parecer impulsada por quienes para desmovilizarse conservaron, quizás, quizás, quizás, su tajada de recursos ilegales.

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La tradición terrorista de esta guerrilla es inobjetable. Referencias a paros armados del Eln aparecieron en la prensa internacional a mediados de los 90. "Huelgas, sabotajes, secuestros y 30 muertos, balance del paro armado en Colombia" titulaba La Vanguardia en abril de 1996. Unos meses antes, con una desesperante sensación de déjà vu, el mismo diario anotaba que “Samper da un ultimátum a los insurgentes para que negocien” mientras que María Jimena Duzán sentenciaba que “la guerra nunca se podrá terminar por las armas debido a las graves carencias sociales”. Según ella, las encuestas mostraban que “los colombianos siguen creyendo en el diálogo”. Exactamente lo mismo que hace unos días proclamó Telesur: “sociedad colombiana urge al Gobierno y Eln retomar el diálogo”. Igualmente gracioso es De la Calle proponiendo ahora como salida digna para el impasse pararle bolas a Ernesto Samper, a quien el Eln buscaba derrocar con su primer paro armado por un indigno elefante.

En 2016, mientras aún se dialogaba en Cuba, el Eln organizó dos paros armados, uno para conmemorar la muerte de Camilo Torres y otro que impidió la movilización de 100.000 personas y dejó millonarias pérdidas. En 2015, para un cese de actividades decretado en Arauca, Boyacá y Casanare, los comandantes esperaban “que no haya hechos que lamentar”. Magnánimos y comprensivos, aceptaron entonces que “los casos de urgencia en salud pueden tramitarse normalmente”. Así, el paro ordenado por estos tiranos parroquiales ya está tan institucionalizado como el día sin carro en algunas ciudades. El objetivo es similar, netamente pedagógico: obligar a la gente a enfrentar adversidades artificiales y arbitrarias para sentir cómo sería el mundo controlado por quienes sí saben lo que le conviene a la ciudadanía.

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Durante el proceso de paz con las Farc la Universidad Javeriana publicó un libro de ensayos en el que 23 académicos expusieron sus argumentos a favor del diálogo con la guerrilla más reacia y reaccionaria. Los aportes van desde el entusiasta -“¿Por qué es posible, y además, necesario negociar con el Eln?”- hasta el conmovedor que trata de convencer a los elenos de que se sienten a charlar. Hay quienes anotarán que retenes, sabotaje y amenazas persisten porque todavía no hay plena conciencia de que la paz es mejor que la guerra, y eso sólo se logrará con un gran cabildo abierto, un sancocho nacional con cacerolazo. Pero tal vez lo que hace falta sea, más allá de condenar la violencia o recordar que el término paro armado desprestigia los movimientos sociales, un debate serio sobre las opciones de un gobierno cuando unos subversivos reiteran con sus acciones, reforzadas con explosivos, que no quieren negociar sino imponer su agenda totalitaria. Otra eventual explicación es que hace años este grupo armado delirante y sanguinario se siente cogobernando, taimada e implícitamente respaldado por una élite intelectual con la que comparte varias obsesiones: intervencionismo intenso, gasto público sin control, tirria al capitalismo y pantalla en los medios del sistema que desprecian.

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