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Exámenes orales, minifaldas y escotes

Mauricio Rubio

22 de julio de 2015 - 10:37 p. m.

En los años noventa, cuando dictaba mi primer curso en una facultad de derecho, casi no reconozco a mis estudiantes el día del examen final. Con corbatas, maquillaje, joyas, minifaldas y escotes generosos, la metamorfosis era total.

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Cuando pregunté a qué se debía el nuevo atuendo, dos entusiastas me respondieron que la elegancia hacía parte del protocolo de los exámenes orales. Socarronamente les anoté que de pronto la vaina no era por ahí.

En varias carreras hay exámenes orales y donde es común la práctica, el protocolo es elegante: los dos hábitos se refuerzan. Así lo revela la encuesta realizada hace unas semanas a universitarias en Bogotá. En las facultades protocolarias donde son tan usuales las pruebas no escritas como la minifalda y escote para presentarlas, es más frecuente que se hagan comentarios machistas en clase, que los profesores busquen relaciones con alumnas, que la encuestada haya recibido avances de algún doctor y que conozca personalmente parejas de docentes con estudiantes.

Siendo mayores de edad, la relación profesor alumna universitaria es normalmente consensual, aunque siempre sea pertinente la noción de “abuso de posición dominante”. Pero el asunto es aún más complicado: las discípulas a veces tienen su propia agenda. En las facultades protocolarias también es común la impresión que “algunas alumnas utilizan sus encantos para obtener buenas notas” respaldada con conocimiento personal de tales casos. El ambiente peculiar se extiende a actividades extra curriculares. Las estudiantes de esas facultades rumbean más, en grupos donde se bebe mucho trago. Las mismas encuestadas se emborrachan con mayor frecuencia y han tenido más parejas sexuales que las demás universitarias.

Hace unos meses, la Universidad de Harvard prohibió las relaciones afectivas y sexuales entre profesores y alumnas. “Los estudiantes vienen a la universidad a aprender de nosotros, no para que tengamos relaciones sexuales o románticas con ellos” dice la profesora de historia que redactó la restricción.

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No convence el drástico intento de prevenir por decreto el acoso sexual en la universidad, cuya denuncia se debe incentivar pero que requiere consideración caso por caso. Es iluso tratar de impedir que “ciertos profesores utilicen su prestigio y popularidad” para dejarse admirar, o querer. Más cautelosa, la AAUP, una asociación norteamericana de docentes universitarios, recomienda garantizar que la evaluación de los estudiantes no dependa de las relaciones personales, pero su vocera considera que “no se debe echar todo el asunto a la oscuridad prohibiéndolo”. Los datos bogotanos sugieren que es precipitado generalizar sin matices el modelo profesor hostigador con alumna víctima, o incluso héroe intelectual con admiradora ingenua: las mismas estudiantes reconocen mujeres fatales entre sus compañeras.

El argumento de la historiadora de Harvard es falaz. Con la lógica de delimitación precisa de la actividad de una organización, vetando cualquier interferencia y erigiendo la productividad como valor absoluto, se podría justificar la prohibición de relaciones amorosas en cualquier entorno. En un episodio de Grey’s Anatomy, un jefe de departamento del hospital consideró que los romances estaban perjudicando la calidad del servicio y los prohibió. Furiosa, una de las afectadas por la medida señaló la insensatez de ignorar el mercado de parejas en el trabajo, que obviamente afecta el desempeño, pero que es fundamental y no tiene sustituto. "¿Dónde diablos pretenden que consiga novio o compañero sexual? ¿En la calle?". No le falta razón a la damnificada enervándose con una prohibición idealista, con diagnóstico ligero de soporte y sin dientes. Aunque una restricción como la de Harvard no hubiera afectado mi relación, debo aclarar que estoy casado con una ex alumna, y por eso mi visión puede estar sesgada.

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Es más fácil proponerlo que hacerlo, pero lo que se debe extirpar, como sutilmente sugiere la AAUP, es el intercambio de notas por sexo, una forma velada de prostitución totalmente fuera de lugar donde debe primar que "ser pila paga”. También sería conveniente, como propuse hace más de veinte años, eliminar el folclórico ritual del cambio de pinta para los exámenes orales, tradición que se mantiene informalmente, para beneplácito de aviones y avionetas. Sería apresurado afirmar que el atuendo especial de exámenes causa tanto problema: es tal vez otro síntoma de un entorno peculiar. De todas maneras, corbatas, escotes, minifaldas y joyas no sólo distraen de cuestiones académicas sino que actúan como mecanismo de selección clasista, algo que en Colombia se debe combatir, no reforzar.


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