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Feministas arrogantes, infames

Mauricio Rubio

19 de marzo de 2020 - 12:00 a. m.

Al afrontar circunstancias extremas, las personas se muestran como lo que realmente son. El coronavirus exacerbó en influyentes feministas una arrogancia e irresponsabilidad que ya bordeaban la infamia.

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En una columna reciente, Catalina Ruiz-Navarro reveló que para militantes aguerridas el fin justifica los medios. Respaldó la destrucción del patrimonio, público o privado, con la falacia de que la única violencia nociva es contra las personas. Anunció el fin de las manifestaciones pacíficas. “Hay un error gigantesco en creer que hay formas de protesta buena y formas de protesta mala”. Marchas alegres, inofensivas y folclóricas no sirven: toca incomodar, hacer daño para hacerse oír, que por fin se entienda que la vida de las mujeres importa más que el amoblamiento urbano.

El mensaje es una clara invitación para que cualquier secta lunática convencida de su justa causa destruya a su antojo donde más le duela al establecimiento: torres de energía, puentes, carreteras. Siempre que no agredan a nadie, tales acciones no deben estigmatizarse como atentados o vandalismo pues son expresiones legítimas de rabia, meras “intervenciones deliberadas”, como las de mexicanas encapuchadas sobre “vidrios, monumentos, estaciones de autobús, con palos, piedras, bombas de pintura, de humo y bengalas”. En su delirio posconflicto recuerda desafiante una pinta callejera: “Lo vamos a quemar todo hasta destruir su indiferencia”.

Poco después de esa apología de antología, las feministas españolas salían masivamente a la calle para protestar. Reiteraban su condición de víctimas. Bajo poder ejecutivo socialista con gabinete mayoritariamente femenino, machacaban la infinidad de pesadillas —violencia machista impune, doble jornada, desigualdad laboral, familia heteronormativa, acoso callejero, micromachismos— que agobian a las mujeres en España para horror de sus congéneres en el resto del mundo.

Había también un punto en la agenda política de Irene Montero, ministra de Igualdad: presionar la aprobación de una polémica ley de libertades sexuales. Con una tarea pendiente tan trascendental, era irrelevante que la sacrificada servidora pública ya tuviera síntomas de contagio.

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El gobierno socialista no consideró riesgosa esa manifestación de 120.000 personas a pesar de que la instancia europea encargada de seguir la pandemia ya hubiera recomendado “evitar actos multitudinarios” donde se registraran contagios locales, ni que Madrid cumpliera desde varios días antes las condiciones por las que ese organismo “cuestiona la conveniencia de celebrar estos actos e incluso desaconseja a la población acudir a ellos”. Mucho menos importó que la oposición señalara la irresponsabilidad de permitir las marchas. La pusilanimidad de Pedro Sánchez y su gabinete feminista fue monstruosa. “Los preparativos para los eventos siguieron con normalidad y sin ninguna información específica dirigida a la población”.

Con la zarina de la igualdad, que llegó contagiada a la aglomeración donde estornudó sobre otras asistentes, la también ministra socialista Carolina Darias resultó positiva en un examen que le hicieron a todo el gabinete con celeridad excepcional para un sistema médico tan colapsado que ya dejaba sin la prueba a mucha gente afectada.

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A principios de 2019, Pablo Iglesias, vicepresidente, líder de Unidas Podemos y esposo de Montero, alardeaba que él, por ser feminista, “follaba mejor”. Tan farandulera adhesión pública a la militancia potenció sus prerrogativas. A pesar de vivir con una mujer contagiada, Iglesias se saltó la cuarentena, asistiendo sin ninguna protección al Consejo de Ministros. Los protocolos contra el contagio no son para seres moralmente superiores, comprometidos con la lucha por la equidad y los derechos de todas y todos.

Sánchez y su séquito sólo se dignaron a declarar emergencia sanitaria cuando la situación era tan desesperada que en hospitales españoles ya se empezaba a hacer el triage: ese trance crítico de las guerras en que toca sacrificar a los heridos más graves para salvar a quienes tienen chances de sobrevivir. Tras la indefectible protesta siguió el salto al vacío y las cifras del contagio se dispararon.

La arrogancia y el convencimiento de que rescatar a la humanidad de un capitalismo voraz y una masculinidad tóxica exime de obligaciones llevaron a esa casta iluminada a desconocer sus errores, que resultaron mortales, literalmente. Ojalá que tras la catástrofe viral la política y las militancias queden por fin depuradas de la soberbia, hipocresía e infamia que las contaminaron; que también mueran la charlatanería y la deshonestidad mental. En esta pandemia, China e Italia muestran más hombres infectados que mujeres, en la tercera edad la mortalidad masculina es el doble, pero nos advierten que ellas serán las más afectadas, por la desigualdad de roles.

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Jia Tolentino, escritora millennial inusitadamente influyente, a años luz de Camille Paglia pero con un sentido común inexistente entre fundamentalistas, advierte que “la autosatisfacción debería hacer sonar las alarmas en el feminismo”. Igualmente destacable es su perogrullada para la búsqueda de racionalidad y democracia en los debates sobre género: “Es importante instigar el desacuerdo como una condición fundamental para un discurso sano”.

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