Gays en el armario de la KGB

Mauricio Rubio
21 de julio de 2022 - 05:00 a. m.

El resentimiento y el odio generados por reprimir la homosexualidad han sido armas poderosas utilizadas por tiranos y por algunas centrales de inteligencia.

Dos discípulos de Freud sentaron las bases para el análisis psicológico de líderes políticos homosexuales. Uno de ellos, Carl Jung, reclutado por los norteamericanos como Agente 488, ayudó a los aliados a entender la mentalidad del Führer. El otro, Edmund Bergler, fue un controvertido psicoanalista que dedicó su carrera a asesorar hombres homosexuales en negación, con familias y doble vida secreta. Documentó “el estrés que sufrían estos homosexuales, además de sus comportamientos autodestructivos y agresivos”.

El mismo autor concluía que para los hombres gays ocultar lo que perciben como un estigma absorbe prácticamente toda su energía. Un estudio reciente llega a conclusiones similares planteando que la homosexualidad reprimida es un verdadero “infierno privado”.

Estos trabajos han ayudado a realizar el perfil psicológico de Vladimir Putin. Un síntoma inequívoco de estos hombres forzados a permanecer clandestinos es la crueldad con otros homosexuales. El líder ruso los ha acosado desde antes de llegar al poder y en forma mucho más marcada que sus antecesores Gorbachev o Yeltsin. La ley contra la propaganda homosexual que el parlamento ruso aprobó por unanimidad en 2014, presentada por el gobierno como antidiscriminatoria, es un ejemplo. Además, cayó en terreno fértil. De acuerdo con una encuesta, el 72% de la población rusa rechaza la homosexualidad, que encabeza la lista de comportamientos inaceptables, por encima del aborto y el consumo de alcohol.

El repudio probablemente fue más marcado antes, cuando aún en las democracias occidentales era común la intolerancia. Podría explicar la larga asociación entre los servicios de inteligencia soviéticos, en particular la KGB, y los gays reprimidos. En Rusia, la condena de la homosexualidad fue asunto religioso y moral hasta 1835 cuando el zar Nicolás I la convirtió en crimen. La estricta ley penal, sin embargo, era letra muerta para las élites. Los bolcheviques legalizaron la homosexualidad más para acabar con cualquier vestigio zarista que por tolerancia.

El código penal soviético mantuvo el respeto por las relaciones voluntarias entre personas del mismo sexo pero en 1933 Stalin las volvió a criminalizar por recomendación de Genrikh Yagoda, Comisario de Asuntos Internos (NKVD, de donde surgiría luego la KGB). La ley fue utilizada como pretexto para la persecución política.

En 1934 el escritor Máximo Gorki mantenía que “destruyendo la homosexualidad, el fascismo desaparecerá”. Yagoda comenzó la gran purga con “arrestos masivos, juicios espectáculo y ejecuciones públicas de los rivales de Stalin dentro del partido”. También diseñó y supervisó el sistema masivo de campos de trabajo forzado conocido como GULAG. Desde aquella época, “NKVD reclutó activamente homosexuales como informantes si deseaban evitar ser enviados a los campos”.

Poco después, la homosexualidad fue declarada crimen contra el Estado. El mismo Yagoda cayó en desgracia y para dirigir la máquina represora fue reemplazado por un sádico homosexual: Nikoli Yezhov. El nuevo verdugo, de muy baja estatura y con discapacidad motriz, llevaba públicamente una aparente vida heterosexual, con dos matrimonios y una hija adoptiva. Conocía a fondo las confesiones forzadas de una primera gran purga pero no contaba con los contactos de su antecesor. El relativo aislamiento, sumado a su personalidad despiadada, hizo que Stalin lo considerara el hombre más indicado para liquidar a los bolcheviques originales. Completó la eliminación y supervisó unas 600 mil ejecuciones individuales. Después, demasiado poderoso a ojos del dictador, sufrió la misma suerte que sus víctimas.

Putin sigue la tradición iniciada con Yagoda y Yezhov. EN 2013, el periodista ruso Pavel Svyatenkov escribió un informe sobre la costumbre dentro de la KGB, desde cuando Putin era oficial, de la violación homosexual para intimidar y controlar. En los años cincuenta, el entonces director de la CIA señalaba en un clásico sobre los servicios de inteligencia que los soviéticos tenían redes de agentes gays por el mundo reclutados en el extranjero que, aislados social o políticamente, podían ser sujetos a chantaje. En otra obra muy conocida, publicada en 1974, John Barron anota que la KGB reclutaba fuera de la URSS al “homosexual que, aunque más o menos funcional en su sociedad, está subconscientemente en guerra con ella y consigo mismo [...] Siendo diferente, fácilmente racionaliza que no está moralmente obligado por las costumbres, los valores y las lealtades que unen a otras personas en la comunidad. Además, mantiene un impulso latente para contraatacar a la sociedad que siente ha conspirado para convertirlo en un leproso secreto”.

Este rasgo de gay reprimido lo buscaba la KGB para sus oficiales internos del aparato represivo y para los extranjeros contratados como espías. Conviene insistir que no los alistaba tanto por su homosexualidad como por el hecho de que fuera mantenida en secreto. “Para un hombre así, la traición ofrece el arma de la represalia” sentenció Barron.

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