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Hijos de macho salen machistas

Mauricio Rubio

18 de noviembre de 2015 - 09:20 p. m.

Zánganos, mujeriegos, hijitos de mami, fanáticos de la mujer casera, acosadores o violadores no surgen espontánea y uniformemente del machismo, una pandemia bien etérea.

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Taras tan disímiles no siempre se dan en ramillete. Entre mujeres, que no acosan, también hay actitudes machistas: unas sacrifican su vida laboral, otras aplauden la infidelidad o toleran los celos y muchas transmiten valores patriarcales a la prole. Dar por descontado el mismo mal presupone un curalotodo inexistente; se requieren paliativos específicos para un abanico de posturas y conductas dañinas que se transmiten de manera variada, a veces insospechada.

En una encuesta a estudiantes de universidades bogotanas buscamos discernir distintas facetas del machismo. Resulta llamativa la discrepancia de la sexualidad femenina con la masculina, que persiste entre generaciones. Fue común, sobre todo entre mujeres, el reporte de haber crecido en un hogar con padre mujeriego y madre siempre fiel. Los hombres perciben menos ese desbalance y es probable que lo repitan. Entre estudiantes, un eventual anticipo de la infidelidad conyugal desigual es el número de parejas sexuales. En promedio, las universitarias tienen un compañero de cama nuevo cada año mientras que los hombres reportan el doble, a pesar de que ellas se inician antes sexualmente. Si esos estudiantes con más parejas contraen matrimonio con sus compañeras, tal vez repliquen lo vivido en sus hogares. Si lo hacen con novias menores, menos educadas y sexualmente inexpertas, los chances de esposa fiel pero con cuernos serán superiores.

Esa dimensión del machismo colombiano —ellos más promiscuos e infieles que ellas— la corroboran todas las encuestas sobre sexualidad disponibles en el país. El idealismo igualitario desconoce esta evidencia con un argumento fofo: si ellos tienen muchas parejas, esas mujeres también las deben tener, como en comuna hippie. Para desvirtuar esa imprecisión sirve el contraejemplo del seductor con dos o tres novias que le son fieles, situación más común que la Doña Juana con séquito de amantes dedicados a ella. Del primer escenario conozco personalmente varios casos, del segundo ninguno. Con la excepción de algunas famosas cortesanas, tampoco he leído sobre el equivalente femenino de narcos, comandantes, sultanes, jeques o monarcas con muchas amantes y concubinas exclusivas. Esta disparidad sexual —tercamente negada por intelectuales, militantes y periodistas— puede ser actualmente independiente de otros legados patriarcales, que son más similares por género.

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La dimensión clásica del machismo es tal vez la actitud ante el dilema trabajo versus maternidad. La encuesta permite construir un indicador de machismo laboral cuya distribución entre estudiantes está bien concentrada en los valores bajos, siendo casi idéntica entre hombres y mujeres. En la universidad, la parte laboral del discurso feminista ya parece asimilada por todas y todos.

Un desafío a la idea simplista de que el machismo es uniforme, con profundas raíces culturales que toca contrarrestar en bloque, es la existencia de importantes diferencias individuales en tales actitudes, que son familiares y no se explican con esa teoría global. En la encuesta, el machismo laboral de las mujeres se asocia con una madre atareada en la casa, pero con el signo al revés: cual Mafaldas, las hijas de hacendosa hogareña reaccionan y rechazan esa situación; influye más la discriminación en el colegio, ser religiosa y tener un padre muy infiel. La diferencia en los patrones de crianza con los hermanos no muestra mayor efecto. En los hombres, ese tipo de machismo no depende de los antecedentes familiares pero sí de la religión, que lo agudiza; lo disminuye el buen desempeño académico y haber estudiado en colegio mixto, o sea interactuar con niñas desde pequeño.

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En el hogar, los hábitos sexuales de una generación afectan a la siguiente de manera peculiar. No aparecen secuelas de la infidelidad maternal, pero los hijos varones de hombres muy infieles son dos veces más mujeriegos que sus compañeros. La mayor rotación masculina de parejas sexuales se puede atribuir casi exclusivamente a quienes tuvieron papá promiscuo, y ese machismo se asocia con el laboral, pero negativamente. El padre picaflor, además, favorece las hijas Susanitas: machistas laborales propensas al sexo precoz. Faltan testimonios, y teoría, para entender la mecánica de esas correlaciones. Entretanto, la quintaesencia del machismo colombiano, una sexualidad masculina poco domesticada, parece perpetuarse con tenorios tolerados y hasta aplaudidos por barras femeninas que así se sienten bien liberadas. El dogma igualitario conlleva curiosas y candorosas piruetas mentales: si ellos son así, pues nosotras también; celebremos la infidelidad, y al carajo con Darwin.

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