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La fatiga con lo trans

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Mauricio Rubio
17 de marzo de 2022 - 05:00 a. m.
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La marcha del 8M, Día Internacional de la Mujer, presentó divisiones irreconciliables. Prostitución, vientres de alquiler y, sobre todo, la idea de que el género se escoge sin una base natural, separaron definitivamente a las feministas.

“Estamos en contra de la asignación propia del sexo. No es un derecho humano de los varones poder ser registrados como mujeres a su mera voluntad sin ninguna garantía. El sexo es una categoría protegida (contra la discriminación) y esto es así porque las mujeres hemos vivido oprimidas por sexo. El registro civil es una protección para las niñas. Estamos desprotegiendo a las mujeres” afirmó una líder feminista madrileña.

Para quienes nunca siguieron de cerca las pretensiones delirantes del activismo LGBT, según las cuales una persona nacida con genitales y ADN masculinos, un “cishombre” en la jerga, puede un buen día decidir que realmente es una mujer porque así se siente, esa declaración feminista puede sorprender.

Para completar la confusión, en un pequeño pueblo valenciano apareció Alexia Herranza, persona transgénero de 28 años, promoviendo su candidatura para dirigir el Partido Popular (PP), cuya ideología conservadora la acaba de confirmar al aliarse en Castilla y León con Vox, movimiento político ultraderechista. Esta movida desvirtúa otra faceta de la mitología activista que siempre ha dado por descontado que la oposición a la llamada “teoría de género” es siempre religiosa: Herranza aseguró tener el aval de varios líderes del PP.

El firme rechazo a la pretensión de que se elige ser hombre o mujer se estaba gestando hace varios años. El primer movimiento feminista que decidió declararse antitrans surgió en Reino Unido, donde, a finales de 2019, se creó la LGB Alliance, para defender mujeres y homosexuales contra el activismo LGBT. Buscaban proteger “el derecho de lesbianas, bisexuales y hombres gays a definirse como personas atraídas por el mismo sexo”. Consideraban que la confusión entre sexo biológico y género era un atentado contra su libertad sexual. Endosaban las declaraciones de J. K. Rowling, creadora de Harry Potter, en el sentido de que si, con solo manifestarlo, cualquiera puede convertirse en mujer, se borran de un plumazo todos los avances logrados en la lucha por la igualdad de derechos.

En España, el debate se puso candente en 2020 cuando el gobierno socialista lanzó la propuesta de eliminar cualquier requisito médico o psicológico para que quien se considere hombre o mujer lo sea legalmente. Solo una parte del feminismo estuvo de acuerdo con el exabrupto. La otra consideraba que así peligraban todas las leyes orientadas a evitar la discriminación contra las mujeres.

“Es una idea monstruosa que a los niños se les enseñe desde una edad temprana que pueden convertirse fácilmente en una niña, y viceversa… la lucha contra la discriminación se ha convertido en un dogmatismo agresivo”. Esta frase hubiera podido ser pronunciada por una persona familiarizada con la biología, o por alguna de las feministas fatigadas con el discurso trans, sin causar ya mayor sorpresa o escándalo. Sin embargo, como fue dicha nada menos que por Vladimir Putin el pasado mes de octubre, ante decenas de líderes africanos en Sochi, se convirtió en una más de sus obsesiones sobre la decadencia de Occidente. De paso hay quienes meten en el mismo saco al “megalómano, acomplejado y guerrerista” que invadió Ucrania con todos los partidos de la “ultraderecha global” que se han opuesto hace años a la teoría de género como ahora lo hace una fracción creciente del feminismo, que también empieza a ser estigmatizada por estar “atrincherada en una posición que demoniza los derechos del colectivo LGBTI”.

Si se tratara de un simple asunto retórico vaya y venga. El problema es que la confusión deja víctimas. Parte de la polémica que se inició en el Reino Unido vino por Keira Bell, quien ahora tiene 24 años. Hace una década, apenas adolescente, empezó a cuestionar su identidad. Acudió a la sabiduría de YouTube sobre la llamada “disforia de género”. Sin supervisión médica ingirió bloqueadores de la pubertad y luego testosterona. Acabó sometiéndose a una mastectomía doble –ablación quirúrgica de las mamas-, una operación irreversible de la que pronto se arrepintió. Denunció entonces a la clínica del sistema nacional de salud donde la operaron. La sentencia concluyó que una menor de 16 años no entiende a cabalidad las consecuencias de una decisión de ese calibre y que por lo tanto debería depender de una instancia judicial. El fallo fue apelado y considerado inapropiado pues “son doctores, no jueces, quienes deben decidir sobre la capacidad de los menores de 16 años para dar su consentimiento sobre tratamiento médico”.

Hace rato que se respetan en muchos ámbitos los derechos sexuales de las personas trans. Ahora el activismo surrealista tendrá que reconocer ese avance y aterrizar sin ofender feministas, ni cristianos, ni a la ciencia, ni al sentido común.

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Jairo(24834)19 de marzo de 2022 - 01:05 p. m.
Que ladrillo de columna
Edgar(22146)17 de marzo de 2022 - 07:50 p. m.
Se le fatigo alguno de sus hijos a este barato -cargaladrillos?
Atenas(06773)17 de marzo de 2022 - 11:55 a. m.
Muy interesante columna q’ da buena cuenta de cómo las disfunciones mentales, reales o fingidas, supuestas o sugeridas, son más peligrosas q’ el más feroz de los cánceres, más y más se ramifican. Y Putin no anda perdido del todo con eso de la decadencia de occidente q’ permite llenar nuestro baúl mental de muchas maricaditas. M. Rubio es un oasis, de los pocos, en este desierto q’ es EE.
Martín(5541)17 de marzo de 2022 - 11:45 a. m.
Rubio acierta cuando escribe de género.
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