Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

La Iglesia y el aborto

Mauricio Rubio

23 de septiembre de 2015 - 09:02 p. m.

Durante el año santo, el papa Francisco espera que las mujeres que han abortado vuelvan al rebaño, autorizándolas a confesarse normalmente para ser perdonadas.

PUBLICIDAD

Interrumpir el embarazo es uno de los pocos pecados con excomunión automática: lo debe absolver un obispo. Para la Iglesia la ofensa es grave por atentar contra una vida humana que, según su doctrina, empieza con la concepción. Sin embargo, el homicidio común no requiere absolución especial y el rechazo al aborto no siempre fue en defensa de la vida.

En el siglo V la Iglesia postulaba que la animación —llegada del alma— era un soplo divino y ocurría cuarenta días después de la concepción. Desde los primeros cristianos la condena por interrumpir el embarazo fue parte de la desconfianza con la sexualidad, siempre pecaminosa. Había que combatir la lujuria y hacer del comportamiento sexual la principal diferencia con los paganos, el indicador inconfundible de moralidad individual. San Agustín sostenía que quien aborta es culpable de perversión, no de homicidio. Argumentaba que la impotencia, la frigidez o el deseo, incontrolables a voluntad, constituían prueba fehaciente de la debilidad ante la carne. Los esfuerzos conscientes contra la procreación eran síntoma de concupiscencia. Aborto y contracepción se equiparaban porque las personas descarriadas utilizaban las mismas hierbas y medicamentos para cometer ambos pecados, indicios de prostitución o adulterio.

En 1588, Sixto V asimiló por primera vez el aborto a un homicidio y le aplicó la excomunión. Algunos historiadores anotan que se trató de una respuesta al incremento desmedido del sexo venal en Roma, actividad estrechamente relacionada con los hijos no deseados. Casi hasta el siglo XX, quienes abortaban eran básicamente las prostitutas. Gregorio XIV volvió a penalizar la interrupción del embarazo sólo después de la animación. En el siglo XVIII Inocencio XI confirmó que la condena del aborto era independiente de la controversia sobre la aparición del alma y sólo a finales del siglo XIX el papado favoreció la tesis de la animación inmediata.

Read more!

Varias encíclicas reiteraron la prohibición absoluta del aborto pero en Humanae Vitae, de 1968, esta conducta aún se asimila a la contracepción artificial y la esterilización como “vía ilícita para la regulación de los nacimientos”. En el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992, se estipula que “puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente como todo ser humano”. En Evangelium Vitae, de 1995, se asimilan millones de mujeres a los criminales más serios para señalar que a los homicidios, los genocidios y las guerras se suman “nuevas amenazas a la vida humana” como el aborto.

Castidad, celibato, apoyo a cruzadas y guerras, torturas o sacrificio por ofensas sexuales, reflejan las prioridades históricas de una institución que solo recientemente utiliza el respeto a la vida como principal razón para condenar el aborto. La concesión papal ha sido recibida como señal de una Iglesia que acoge sin juzgar; un teólogo recordó que Francisco la dirige “por el amor y la misericordia”. Si así fuera, la manera de absolver a las pecadoras por aborto importaría menos que insistir en considerarlas delincuentes. Su Santidad parece conmovido sólo por italianas, francesas, españolas o portuguesas, que al interrumpir un embarazo pecan legalmente, como quienes usan contraceptivos, o son infieles.

Read more!

Otro Francisco, candidato a la Alcaldía, propuso criminalizar por referendo la interrupción de cualquier embarazo. Esas son las iniciativas que sería interesante discutir con una Iglesia supuestamente renovada y compasiva. Perdonar o no a ciertas pecadoras es un asunto entre ellas, su conciencia y el confesor idóneo. En el incidente de Carolina Sabino, muy poco importó si estaba o no excomulgada. Lo destacable y masivo fue el contundente rechazo a que la investigaran penalmente. No se oyó una sola voz de aprobación. Quien acababa de proponer mayor intransigencia enmudeció. Hasta un grupo antiaborto se solidarizó con la actriz: “entendemos el momento doloroso por el que está pasando y sabemos que resarcirá este error, y por ello cuenta con nuestro apoyo”. Nadie hubiera respaldado la detención de Carolina.

Una sociedad asediada por todo tipo de criminales, dispuesta a perdonar a los más poderosos, con justicia en crisis, debe estar preparada para debatir si se elimina la amenaza de cárcel a las mujeres que abortan, que persiste en la jurisprudencia. Esa medida tan arcaica y poco universal no ha servido, ni servirá, para disminuír la incidencia de una conducta que, como tantas otras, se debe prevenir, no sancionar penalmente.

Ver más…

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.