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La poligamia y las feministas

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Mauricio Rubio
18 de diciembre de 2013 - 11:00 p. m.
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Walter Luzama es un guía turístico sudafricano. Cincuentón, vive semana de por medio en un pequeño apartamento con la primera de sus dos esposas y cuatro hijos.

Es miembro de la Iglesia Pentecostal Internacional que, siguiendo el antiguo testamento, pregona la poligamia. Después de 17 años de casado Walter optó por una segunda esposa más joven en un elaborado ritual de su iglesia. Como su primer matrimonio había sido civil no pudo registrar el últmo bajo la Ley de Reconocimiento de los Matrimonios Tradicionales (RCMA por sus siglas en inglés). “La mayoría de la gente empieza con un matrimonio civil porque la primera vez que un hombre se casa no cae en cuenta que después querrá tener una segunda esposa”, anota Walter.

Durante el apartheid la poligamia era ilegal en las áreas urbanas y la mayoría de la gente en Sudáfrica la consideraba una práctica obsoleta. El compromiso con el multiculturalismo que llevó al RCMA revivió la aceptación social de la costumbre. Varios dirigentes negros elevaron a la categoría de esposa a sus antiguas amantes pero hay hombres con varias mujeres que no se molestan en registrarlas. Si tienen hijos extramatrimoniales los presentan a su esposa y dividen el tiempo abiertamente entre dos o más familias.

Mandla Mandela, jefe Zwelivelile y uno de los nietos de Madiba, se volvió polígamo a los 37 años con una joven de 19 y sin el acuerdo de su primera esposa, que al enterarse protestó e hizo congelar sus bienes. No contento con varias, Mandal quiere garantizar que sean jóvenes. Ante la comisión parlamentaria encargada de desmantelar una de las últimas leyes del apartheid Mandla defendió la ukuthwalwa, como se denomina la práctica de raptar adolescentes para obligarlas a casarse. “Cuando un hombre se da cuenta de que está madura para el matrimonio, pues se la lleva, ella pasa por una ceremonia y listo. Que no vengan con cosas de blancos, como la edad”.

La negociación del RCMA a final de los años noventa fue un duro forcejeo entre las feministas que buscaban ilegalizar totalmente la poligamia y los patriarcas que se resistían a someter sus prácticas al principio constitucional de la igualdad de género. El compromiso final fue ponerle unas restricciones al matrimonio múltiple, como la incompatibilidad con el civil y el consentimiento de la primera esposa. El portavoz de la Cámara Nacional de Jefes Tradicionales se quejaba pues la nueva ley atentaba contra la cultura y la tradición. Rechazaba el poder de veto de las esposas sobre las uniones posteriores puesto que “obviamente no estarán de acuerdo” y restringirían a los hombres “a poner en práctica sus costumbres”.

Actualmente la poligamia en África cuenta también con defensoras feministas, tanto académicas como prácticas. Judith Stacey, la socióloga de la Universidad de Nueva York que entrevistó a Walter, considera que legalizar el matrimonio con varias mujeres es un avance con respecto a la hipocresía de las sociedades en donde abundan amantes y sucursales, con la consecuente precariedad de los derechos patrimoniales femeninos. De manera pragmática, muchas mujeres que le dan prioridad a sus carreras y aplazan la familia por varios años, encuentran que a partir de cierta edad una buena opción es unirse como segunda o tercera esposa a una pareja ya establecida. Una estudiante de derecho anota que “hay demasiadas mujeres y tenemos que aceptar la poligamia para que cada una pueda tener esposo”.

Una ejecutiva de treinta años tiene claros los beneficios del arreglo. “No puedo trabajar para llegar a ocuparme de un bebé grande. Realmente no tengo tiempo para cocinar pollo todas las noches. Siendo tercera esposa no veo a mi marido sino dos veces por semana. Los otros días él está con sus otras mujeres. Eso me permite ocuparme de mi carrera”. Una contadora, segunda esposa de un funcionario, está de acuerdo con esas ventajas: “la poligamia me conviene porque me permite conciliar trabajo y hogar. Dudo que hubiera sido tan feliz si tuviera que ver a mi marido todos los días”.

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