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La sexualidad sin cortapisas de los gais

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Mauricio Rubio
11 de septiembre de 2014 - 03:00 a. m.
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Entre mis amistades hay gais y lesbianas. La frecuencia con que tienen sexo debe variar, pero tengo indicios de que ellos tiran más que ellas.

Cuando empecé a leer darwinismo, confirmé lo que todos sabíamos desde el colegio: los hombres estamos siempre más dispuestos que las mujeres, y por eso toca pedirlo, a veces rogarlo. En mi blog de La Silla Vacía argumenté alguna vez que los tres polvos por semana de la pareja colombiana típica son el resultado de esa ancestral divergencia. Es un punto intermedio negociado, pero si ellas quisieran, tirarían más y si ellos no insistieran, tirarían menos. Recordaba que ese forcejeo, y la diferencia en disponibilidad, quedaron magistralmente plasmados en una escena de la película Annie Hall, de Woody Allen. Annie y Alvy, cada uno por su lado, le responden al psicoanalista la misma pregunta: “¿con qué frecuencia se acuestan ustedes? ¿tienen sexo a menudo?”. Ella, saturada, se queja de que lo hacen “constantemente, yo diría que unas tres veces a la semana”; pero Alvy, sexualmente miserable, lamenta que “casi nunca, si acaso unas tres veces por semana”. A pesar del dogma contemporáneo de la igualdad del deseo masculino y el femenino, estos amantes, teorías serias y mucha evidencia señalan que sí existen diferencias. Con el concepto económico de la “preferencia revelada”, la comparación entre gais y lesbianas corrobora esa gran asimetría del deseo.

Así como muchas acciones no revelan los gustos, la frecuencia de encuentros sexuales no siempre corresponde a las ganas pues depende no sólo de lo que se quiere sino de lo que se puede hacer. Las tres faenas semanales de Annie y Alvy no son lo que ella quisiera, pero tampoco lo que él preferiría. Son una solución de compromiso. Para saber lo que cada uno desea se deben eliminar impedimentos y presiones. Las parejas homosexuales se asemejan a esa situación hipotética. Tanto lesbianas como gais tienen sexo como les apetece pues cuentan con una pareja similar. La homosexualidad permite que se revelen las preferencias, son el deseo crudo, espontáneo. Esta forma de calibrar las ganas masculinas y femeninas, sin interferencias, muestra discrepancias abismales. Un amigo al que la novia le puso los cuernos con otra mujer manifestaba su asombro por “todo el tiempo que ellas, tan enamoradas, se pueden tomar preparando un polvo… ¡hasta dos o tres semanas!”. Testimonios como este, algunos datos y leyendas urbanas coinciden en que las lesbianas tienen menos, muchísimas menos relaciones y parejas sexuales que los gais.

En la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, las lesbianas colombianas reportan haber tenido siete parejas a lo largo de su vida. La mitad de ellas han tenido tres o menos compañeras sexuales y sólo el 13% más de diez. El promedio es ligeramente inferior al observado en sus congéneres gringas. No conozco datos de los homosexuales nacionales, pero el periodista gay Gabriel Rotello ofrece algunos para los EEUU. Cita el libro Homosexualities que a finales de los setenta indicaba que el 75% de los hombres gais habían tenido más de cien parejas sexuales en su vida, una cifra alcanzada sólo por el 1% de las lesbianas colombianas. El 43% de los gais reportaban más de quinientas parejas y el 33% más de mil. A los 26 años un famoso gay se ufanaba de “algo como tres mil hombres diferentes a mis espaldas” y anotaba que “la mayoría de las personas que no han estado en el carril rápido -fast lane- simplemente no pueden imaginarse cómo eran logísticamente posibles tales hazañas sexuales”. Las diferencias con los heterosexuales amigos de Rotello eran tales que cuando él discutía estas cifras ninguno de los dos grupos podía creer lo que oía acerca del otro. Para unos era inconcebible un ritmo de cien o más compañeros sexuales por año mientras que los gais no podían entender que alguien tuviera tan pocas aventuras en la vida.

Conviene insistir en que el asunto no tiene que ver con la orientación sexual sino con la falta de cortapisas de la que gozan, o padecen, los hombres gais. Sin un freno femenino las ganas de sexo masculinas pueden desbocarse.

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