No habían pasado 12 horas tras el deceso de Nelson Mandela cuando en Colombia ya teníamos un detallado resumen de su legado en materia de derechos de la población LGBT con un curioso remate: la importancia del matrimonio igualitario para la paz.
Sobre los aportes del líder contra la discriminación no cabe ninguna duda. Al respecto es ilustrativo un comentario reciente de Edwin Cameron, un juez de la corte constitucional. “Mandela me nombró al final de su primer año en el poder como hombre abierta y orgullosamente gay y años después hago parte del más alto tribunal de Sudáfrica. Realmente puedo decir que mi orientación sexual fue irrelevante”.
Con la conclusión oportunista que todas las igualdades son necesarias para ponerle fin al conflicto colombiano sí es imposible estar de acuerdo. Y no sólo pensando en la agenda concreta de cinco puntos acordada para las negociaciones en la Habana, ante la cual el error es mayúsculo. Las lecciones sudafricanas en el tema matrimonial tienen aristas complejas y mezclarlas con el proceso de paz colombiano es un desatino.
Albie Sachs, otro juez nominado por Nelson Mandela, es mundialmente reconocido por el fallo que declaró inconstitucional la definición del matrimonio como “la unión de un hombre y una mujer”. Esta herencia del derecho común sudafricano impedía uniones del mismo sexo, pero la coletilla “con la exclusión, mientras dura, de cualquier otra persona” también proscribía relaciones poligámicas o “potencialmente poligámicas” como el matrimonio musulmán o el del derecho consuetudinario africano.
El coco de la poligamia ha sido utilizado desde hace años por los opositores del matrimonio homosexual, que la consideran consecuencia inevitable de la apertura de la institución hacia nuevas formas de familia. Inicialmente esta tesis, conocida como la "pendiente resbaladiza", fue rechazada de manera tajante por quienes defienden las uniones del mismo sexo. "Astucias retóricas de la homofobia", señaló Dahlia Lithwick de Slate hace unos años. Cuando la Corte Suprema californiana aprobó el matrimonio igualitario, uno de los jueces consideró pertinente aclarar que la sentencia no alteraba “las prohibiciones existentes contra la poligamia”.
La posición de avanzada entre activistas LGBT ha evolucionado. “Tal vez la sociedad nos debería pemitir comprometernos con la gente (en plural) que amamos” anota una bloguera del Huffpost Gay Voices. Argumenta que el poliamor -“relación íntima, amorosa, sexual y duradera de manera simultánea con varias personas”- es una realidad y las personas que lo practican no deberían ser discriminadas.
A principios del 2008 hubo en Sudáfrica dos matrimonios que recibieron gran atención mediática. Zachie Achmat, nominado al premio Nobel de la paz y uno de los más destacados activistas africanos contra el SIDA, se casó con su compañero de muchos años Dalli Wyers, investigador del VIH. El juez Cameron describió el evento como “no simplemente un acto íntimo de amor sino una declaración política”. Ese mismo día Jacob Zuma, recién elegido jefe del partido ANC y luego presidente, celebraba en una ceremonia tradicional Zulú su boda polígama con la madre de dos de sus muchos hijos. La discusión en Sudáfrica fue menos hipotética que la del activismo norteamericano. Se trata del único lugar del mundo en donde son legales tanto el matrimonio igualitario como la poligamia. La “pendiente resbaladiza” resultó en contravía pues la posibilidad de varias esposas fue legalizada años antes que la unión entre personas del mismo sexo.
Un síntoma inequívoco de complejidad del asunto es que las pretensiones de vanguardia en los E.E.U.U. coinciden con las más retrógrados en el país de Mandela. Allí la vocería a favor de legalizar la poligamia la llevaron los patriarcas que no querían perder su derecho ancestral a tener varias mujeres. Con tanto guerrero promiscuo en Colombia sería un papayazo sumarle a la reconciliación un debate sobre la legalidad del poliamor.