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Miradas que matan

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Mauricio Rubio
26 de junio de 2013 - 11:00 p. m.
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En 1978 Han Brunner, genetista holandés, recibió la visita de una mujer que tenía una inquietud. Varios de sus familiares hombres, le dijo, presentaban serios problemas comportamentales.

El asunto tenía que ver con los ojos: todos compartían una mirada asustadora y agresiva. El hijo de diez años ya tenía el mismo modo de mirar y era muy violento. 

Brunner quedó intrigado e inició una investigación sistemática de la familia. Viajó por varios lugares de Holanda siguiéndole la pista a cuatro generaciones. Entrevistó a todos los parientes que encontró y a los que aceptaron les tomó muestras de sangre para análisis genéticos. Quince años después del contacto inicial con la familia, Brunner y sus colegas publicaron los resultados de su pesquisa en la revista Science.  

De los catorce hombres investigados en detalle, todos mostraban un historial de violencia y agresión impulsivas. Entre las cohortes estudiadas, sólo los hijos varones de las mujeres de la familia padecían tales síntomas. O sea que, de existir una singularidad genética, esta se transmitía a través del cromosoma X. Con el análisis del genotipo Brunner encontró una particularidad. Todos estos hombres compartían un gen defectuoso, el llamado MAOA (monoamino oxidasa A) que normalmente produce la enzima del mismo nombre. La rama masculina de la familia mostraba una mutación inoperante de este gen. 

La enzima MAOA metaboliza neurotransmisores -dopamina, noradrenalina y serotonina- involucrados en el control de impulsos, la atención y otras funciones cognitivas. Las mutaciones genéticas pueden llevar a deficiencias en la producción de la proteína. En los miembros de esta familia, la insuficiencia era total y se asociaba con una amplia gama de desórdenes como déficit de atención, hiperactividad, impulsividad, consumo de drogas o alcohol y  otras conductas de riesgo.

Brunner fue extremadamente cauteloso con la presentación de los resultados ante los medios, pero salieron titulares sensacionalistas sobre el descubrimiento de un gen de la violencia. Todos sus esfuerzos por aclarar que el entorno también juega un papel crítico en el paso de la anomalía genética a las conductas resultaron infructuosos. 

El escándalo fue aprovechado por algunos intelectuales para desacreditar el trabajo. De haberse discutido esta investigación en en el país, la casi segura descalificación por reaccionaria y fachista se hubiese reforzado con algún foro ilustrado sobre si los colombianos estamos listos para asimilar trabajos científicos (o ver series de TV) que contaminen el diagnóstico políticamente aceptado sobre el conflicto, o afecten la marcha de los diálogos con los guerreros, esos que hablan duro y miran feo pero por razones objetivas y estructurales. 

http://mrp-ee.blogspot.fr/

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