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Quinceañeras casadas y atraso rural

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Mauricio Rubio
27 de agosto de 2015 - 03:53 a. m.
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Los matrimonios de niñas y adolescentes son un obstáculo tan tenaz como silenciado para el desarrollo del campo.

Los avances del Censo Agropecuario revivieron el debate sobre la situación rural, que de nuevo quedará cojo. Tal vez James Robinson insista en su idea del campo marchito. Revirarán los agraristas, sin hablar de las mujeres campesinas, ni de todas sus razones para no educarse. Nadie mencionará lo que ocurre en las familias rurales, ni de bodas arregladas y precoces.

Años antes de su tratado sobre por qué fracasan las naciones, critiqué a Robinson y a los economistas del desarrollo por pretender explicar los diferenciales de riqueza entre sociedades sin aludir a la más básica, milenaria y universal de las organizaciones. El supuesto implícito es que todos los hogares del mundo son similares, de los Picapiedra a los Simpson, y las disparidades entre países o regiones no dependen de la esfera doméstica, sino sólo de los mercados.

“Toda la acción histórica que realmente importa ha ocurrido en escenarios por fuera del hogar”, apunta Mary Hartman criticando esa visión callejera y varonil del desarrollo económico e institucional. La historiadora también anota que el feminismo contribuyó al yerro por desdeñar las variantes de un sistema universal de división del trabajo: se ignoraron las repercusiones de distintos tipos de familia, vista simplemente como herramienta de opresión de las mujeres. Centradas en su rol de víctimas del cristianismo, las feministas lo equipararon a tradiciones bastante más misóginas, desestimando el proceso de civilización que condujo tanto a la emancipación de la mujer occidental como al desarrollo económico, político y legal.

Hace varias décadas, algunos demógrafos señalaron un “excéntrico sistema” de matrimonios tardíos en las zonas rurales de Europa del norte. Casi desde la Edad Media, “las mujeres se casaban10 años después que las de la mayor parte de sociedades agrícolas”. Entre 1610 y 1730, en Inglaterra, la edad promedio de las campesinas para la boda era de 25 años. Un par de años menores que los parejos, ambos trabajaban fuera de sus hogares. Parte crucial del entorno institucional anglosajón que impulsó el crecimiento podría ser el matrimonio retardado, consensual y equilibrado, que se asocia con mayor participación femenina en el mercado de tierras, pero también con menos violencia doméstica y escaso abandono infantil.

La realidad nacional en esos frentes es desesperanzadora. La colombiana promedio se sigue casando o uniendo sin cumplir los 20, las campesinas dos años antes y una de cada cuatro a los 15, con alguien mucho mayor. Sólo las universitarias alcanzan la edad matrimonial de las inglesas más pobres hace varios siglos. Las consecuencias no son despreciables: cada año de aplazamiento de la primera unión disminuye en 7 % los chances de ser golpeada por el parejo. Nupcias a los 15 en lugar de a los 24 duplican el riesgo de maltrato, sin ser ese el único costo de apresurarse. La proporción de esposas quinceañeras es del 23 % entre las mujeres menos educadas y apenas del 1 % entre las doctoras con posgrado.

“No quería casarme, quería estudiar” manifiesta Iman, una niña siria de 12 años que logró escapársele a su prometido de 22 gracias a sus amiguitas. Despreciadas por fanáticos religiosos, pero también por intelectuales poscoloniales, algunas jóvenes musulmanas empiezan a desafiar esos infames arreglos. Hace poco en Bolivia, “una niña de13 años y embarazada de ocho meses se casó por orden de los líderes de una comunidad campesina con el hombre de 28 años que la violó”. Hacia allá parece ir Colombia con la tendencia vanguardista de la jurisprudencia. La pauta la marcan las comunidades indígenas, de donde deberían huir las niñas cuyos derechos fundamentales son pisoteados por una academia que jamás aceptaría el destino de total sumisión a una colectividad para mujeres urbanas. No son las únicas menores en aprietos si no emigran del campo. Además de matrimonios arreglados, persisten la entrega de hijas a guerreros, como reclutas o queridas, adefesios como el “apecho” de los esmeralderos –pagar por poner primero el pecho encima- y otras versiones locales del derecho de pernada.

De hogares independientes, establecidos por una pareja adulta, equilibrada, con ella autónoma y ya fogueada económicamente surgió el desarrollo rural inglés, precursor occidental de instituciones más respetuosas con las mujeres. Difícil aspirar a algo similar con clanes familiares o comunidades que entregan niñas al mejor postor, negándoles educación y perpetuando su miseria sometidas a lo que no eligieron.

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