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Una profesora de miedo

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Mauricio Rubio
03 de julio de 2013 - 11:05 p. m.
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Tres educadoras de Cartagena fueron recientemente condenadas por la Corte Suprema de Justicia a 37 años por abuso sexual y pornografía con menores.

 Estas “profesoras de miedo” servían de perversas celestinas a un hombre que con uniforme y casco amarillo amarraba a las niñas con un lazo para abusar de ellas. Las aberrantes sesiones, fotografiadas, ocurrían en la habitación de la rectora.

En Colombia, el abuso sexual en la escuela está menos extendido que en el hogar. Un indicio es que por cada mujer violada por un profesor, más de veinte señalan que el agresor fue un familiar. Un factor que ayudaría a explicar esta diferencia es que los incidentes en medio escolar se denuncian más. En el caso cartagenero, fueron los padres de las víctimas quienes reportaron a la Fiscalía los vejámenes a sus hijas.

Desde hace años, otra madre puso una queja ante las autoridades educativas en contra de una profesora que su hija Natalia había conocido a los 14 años. La acusaba de corrupción de menores por haberla seducido para luego compartirla con sus dos amantes. En la denuncia alegaba que no era la primera víctima de la docente. Antes habían caído Olga y Blanca, otras dos alumnas que, seguía la queja, también fueron endosadas al compañero de la profesora, un reconocido intelectual. En realidad, Olga tuvo relaciones sólo con la tutora y nunca aceptó acostarse con el parejo, quien sí sedujo a su hermana menor.

Las pruebas recogidas no bastaron para judicializar el caso, pero las directivas del plantel consideraron tener motivos suficientes para pedirle la renuncia a la educadora y evitar un escándalo mayor. Sabían que vivía con Natalia.

En cartas a sus amantes, la acusada contó que Natalia siempre estuvo enamorada de ella. Reconoció “la fuerza de la pasión de esa joven” y cómo ella “sensualmente estuvo más envuelta de lo usual, con la vaga y grosera idea de que debía al menos sacar provecho de su cuerpo. Había algo de depravación que no puedo explicar… Fisiológicamente, soy una buena vida”. Mucho tiempo después, en sus Memorias de una joven perturbada, Blanca señaló que la preceptora seleccionaba de sus cursos carne fresca, para probarla antes de entregársela a su amante.

Pese a su evidente conocimiento del tema sería inaudito que a las educadoras cartageneras recién condenadas les diera por escribir un tratado sobre abuso de menores. Algo semejante —pontificar sobre la condición de la mujer— fue lo que terminó haciendo la seductora y alcahueta profesora de Natalia, la célebre Simone de Beauvoir.

 

* Mauricio Rubio

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