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                                                                                                                              Violencia machista, violencia política y reconciliación

                                                                                                                              Yuri Cantillo tenía nueve meses de embarazo cuando recibió una tremenda paliza de su compañero Samir Yepes. Después de denunciarlo desistió, lo perdonó y volvió a su lado.

                                                                                                                               “Él se arrepiente, como también me arrepiento yo, es el padre de mis hijos. Tengo fe en Dios”. Para ella el dilema fue tenaz. “Todo el mundo comenzó a decirme que lo metiera preso, pero yo no quiero ver crecer a mis hijos sin su papá”. Entre la lluvia de críticas por su decisión, una periodista la regañó al aire. “¿Cómo es posible que usted pueda volver con él? ¿No piensa en su dignidad y en su condición de mujer? ¿Se ha asesorado de una especie de psicólogo, alguien que pueda orientarla?”. Pocas personas fuera de la suegra, un cura o un hermano evangélico debieron pedirle a Yuri que perdonara a su agresor. Difícil entender por qué la reconciliación es humillante, indigna y contraproducente para una mujer golpeada por el padre de sus hijos, que le pide perdón, y virtuosa para secuestrados o familiares de asesinados por guerrilleros, que no se arrepienten.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Para Yuri, Samir “no fue culpable de lo que pasó. Yo también tuve culpa ahí, yo le falté al respeto a él”. En sintonía con estas declaraciones, por la paz se ha promovido una empalagosa campaña tipo “todos somos Yuri”. La peregrina idea es que cualquier colombiano es corresponsable del conflicto, que algo debió hacer: desde financiar paras, colaborar con militares abusivos o votar por políticos corruptos hasta comprar contrabando, discriminar minorías o ser intolerante con sus vecinos. Tamaño desatino acaba siendo la variante mixta y armada de la tesis de Liliana Rendón que si los hombres golpean a las mujeres es porque ellas se lo buscaron. La autoflagelación y socialización de las culpas debe preparar a los contribuyentes, o sea a muchas víctimas, para participar en los 90 billones de pesos de factura del posconflicto, casi dos millones per cápita. Ya las víctimas de las FARC saben que de pronto no habrá sanciones penales, que deben reconciliarse con sus agresores sin esperar arrepentimiento y que pagarán parte de los platos rotos. Ese panorama es peor que la pospaliza de Yuri, quien tiene hijos con su agresor, no quería criarlos sola, creyó en el arrepentimiento, y motu propio admitió algo de culpa para reconciliarse.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              En La Habana, la soberbia de los comandantes ha sido cultivada con esmero. Cual marido celoso, pueden decir cualquier cosa y el coro de incondicionales, cual suegra de mujer golpeada, calla o los apoya con tal de no incordiarlos. Casi parece haber satisfacción porque se discuta y prometa financiar una agenda de reformas que nunca salió adelante con votos, para que la paguen parcialmente las víctimas.

                                                                                                                              Ver más…

                                                                                                                              Yuri Cantillo tenía nueve meses de embarazo cuando recibió una tremenda paliza de su compañero Samir Yepes. Después de denunciarlo desistió, lo perdonó y volvió a su lado.

                                                                                                                               “Él se arrepiente, como también me arrepiento yo, es el padre de mis hijos. Tengo fe en Dios”. Para ella el dilema fue tenaz. “Todo el mundo comenzó a decirme que lo metiera preso, pero yo no quiero ver crecer a mis hijos sin su papá”. Entre la lluvia de críticas por su decisión, una periodista la regañó al aire. “¿Cómo es posible que usted pueda volver con él? ¿No piensa en su dignidad y en su condición de mujer? ¿Se ha asesorado de una especie de psicólogo, alguien que pueda orientarla?”. Pocas personas fuera de la suegra, un cura o un hermano evangélico debieron pedirle a Yuri que perdonara a su agresor. Difícil entender por qué la reconciliación es humillante, indigna y contraproducente para una mujer golpeada por el padre de sus hijos, que le pide perdón, y virtuosa para secuestrados o familiares de asesinados por guerrilleros, que no se arrepienten.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Para Yuri, Samir “no fue culpable de lo que pasó. Yo también tuve culpa ahí, yo le falté al respeto a él”. En sintonía con estas declaraciones, por la paz se ha promovido una empalagosa campaña tipo “todos somos Yuri”. La peregrina idea es que cualquier colombiano es corresponsable del conflicto, que algo debió hacer: desde financiar paras, colaborar con militares abusivos o votar por políticos corruptos hasta comprar contrabando, discriminar minorías o ser intolerante con sus vecinos. Tamaño desatino acaba siendo la variante mixta y armada de la tesis de Liliana Rendón que si los hombres golpean a las mujeres es porque ellas se lo buscaron. La autoflagelación y socialización de las culpas debe preparar a los contribuyentes, o sea a muchas víctimas, para participar en los 90 billones de pesos de factura del posconflicto, casi dos millones per cápita. Ya las víctimas de las FARC saben que de pronto no habrá sanciones penales, que deben reconciliarse con sus agresores sin esperar arrepentimiento y que pagarán parte de los platos rotos. Ese panorama es peor que la pospaliza de Yuri, quien tiene hijos con su agresor, no quería criarlos sola, creyó en el arrepentimiento, y motu propio admitió algo de culpa para reconciliarse.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              En La Habana, la soberbia de los comandantes ha sido cultivada con esmero. Cual marido celoso, pueden decir cualquier cosa y el coro de incondicionales, cual suegra de mujer golpeada, calla o los apoya con tal de no incordiarlos. Casi parece haber satisfacción porque se discuta y prometa financiar una agenda de reformas que nunca salió adelante con votos, para que la paguen parcialmente las víctimas.

                                                                                                                              Ver más…

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