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Zángano o mujeriego, ¿quién es más macho?

Mauricio Rubio

15 de julio de 2015 - 11:50 p. m.

Mi papá murió sin saber hacer un huevo frito pero nunca fue infiel. Tengo amigos muy hacendosos que no han parado de poner cuernos. ¿Cuál machismo es más pernicioso?

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Si el criterio fuera minimizar el daño, desprestigiar la infidelidad debería ser prioritario. Los zánganos que no lavan, ni cocinan, ni cuidan niños, dan rabia pero nunca causan los estragos familiares de las aventuras extra maritales cuando se descubren. Más del 60% de las mujeres que se han separado en Colombia lo han hecho por motivo de infidelidad masculina; el “incumplimiento de deberes”, entre los cuales las labores hogareñas son seguramente un rubro menor, apenas alcanza el 18%. Muchas relaciones o matrimonios se rompen por un solo desliz. Sin embargo, un gran caballo de batalla contra el machismo es la repartición de tareas domésticas, mientras los cuernos han sido silenciados, a veces aceptados como conducta progresista.

Los feminicidios, la violencia de pareja, la tendencia a celar, encerrar y sabotearles estudio o trabajo a las mujeres tienen mucho más que ver con mantener la brecha en los privilegios sexuales, que con quien hace qué en la casa.

Una encuesta reciente a universitarias bogotanas muestra la desproporción entre la infidelidad masculina y la femenina en la generación anterior. En sus familias el “nunca fue infiel” es un atributo más femenino (87%) que masculino (48%). Una de cada cinco estudiantes creció en un hogar con papá mujeriego y mamá que no puso los cuernos. Para sorpresa de cualquier darwinista, o jeque, en la muestra esta manifestación patriarcal es más común en el estrato bajo.

La infidelidad desequilibrada tiene varios efectos sobre las hijas. Multiplica por más de dos la probabilidad de sexualidad precoz. Las estudiantes que la vivieron también tienen más chances de ser muy bebedoras, y de estar extremadamente pendientes de su apariencia personal. Ahí cabrían especulaciones psicoanalíticas sin olvidar que estas son universitarias para quienes el machismo no afectó la educación.

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Además, se perciben huellas ideológicas y políticas: la infidelidad paternal se asocia con que la estudiante se defina totalmente de izquierda y esté muy vinculada a organizaciones feministas. Esta extraña relación admite al menos dos explicaciones. Uno, que la asimetría genera una reacción ante la injusticia que lleva a un deseo de cambiar el mundo militando o dos, si se supone que la orientación política se transmite entre generaciones, que el patrón de hombre mujeriego con mujer fiel es común en la izquierda. Hay ejemplos de ambos escenarios. Simone de Beauvoir tal vez no habría escrito El Segundo Sexo si como adolescente no hubiera sufrido la afición de su papá a las esposas de los amigos y luego a los burdeles. Los mujeriegos de izquierda con esposas amorosas que los aceptan dócilmente incluyen desde amigos mamertos y comandantes del M-19 hasta Dominique Strauss-Kahn, cuyos últimos escándalos podrían marcar el inicio de una era menos tolerante.

El desequilibrio de tareas en el hogar, muy común, tiene menos consecuencias. Con la misma encuesta a estudiantes, un indicador de ese machismo basado en variables como quien era responsable en la casa de la limpieza, el lavado, la cocina, el cuidado de niños o el manejo de cuentas no se asocia con la sexualidad precoz, ni el trago, ni otras conductas problemáticas. Con las ideas de izquierda no aparece ninguna relación, lo que sugiere que los papás que no mueven un dedo en la casa están repartidos en todo el espectro político.

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Contra las predicciones culturalistas, se observa una asociación positiva entre el machismo en las labores domésticas y la percepción que tienen las estudiantes sobre su inteligencia, capacidad de trabajo, desempeño académico y aún las notas en la universidad. Como lo ilustran muchos testimonios, desde Gisèle Hamini hasta Mafalda, una madre hogareña puede incentivar en sus hijas el deseo de estudiar y prepararse para evitar ese tipo de vida. La observación anterior no es una sugerencia para aplicar esa vacuna, pero sí para matizar la idea de condena ineludible y ajustar las prioridades, centrándose en los machismos con secuelas graves, como atentar contra la educación o el equilibrio emocional. Mientras el papá no viva de juerga gastándose las matrículas, con la fiel esposa esperándolo para calentarle la comida cuando llegue borracho, la repartición desequilibrada de tareas domésticas es un mal menor que tiene arreglo sin intervención externa.

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