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María José Pizarro agradeció el respaldo de José Luis Rodríguez Zapatero a su precandidatura presidencial. Al apoyar a Gustavo Petro en 2020, el líder socialista destacó que “una victoria de Petro es caminar hacia la igualdad y el fin de la violencia (…). Su experiencia es clara y la paz posible”.
Zapatero no se limita a Colombia. En Chile, Ecuador y Bolivia respaldó candidatos socialistas. En México, sus alabanzas al presidente AMLO enfatizaron que era “oxígeno para la democracia en el mundo” y “renacimiento de México”. Desde 2022 utiliza la Internacional Socialista que preside su pupilo, Pedro Sánchez. Para ese cargo, hizo intenso lobby. En 2022, al clausurar el Congreso que eligió al líder del PSOE, Zapatero destacó su “honestidad” y “valentía”. Por otro lado, Víctor de Aldama, colaborador de la justicia contra la corrupción sanchista, asegura que “Maduro ayudó a Sánchez a presidir la Internacional Socialista”.
Sorprendió que Petro pretenda liderar una “OTAN de Macondo” añeja, bicentenaria. “Colombia y Venezuela son el mismo pueblo, la misma bandera, la misma historia. Cualquier operación militar es una agresión contra latinoamérica y el caribe”. Así, prometió al dictador enviar tropas (gran)colombianas para “levantar con orgullo el estandarte… herederos de la libertad jurada por Bolívar”.
Un aglutinante de esta alianza transnacional de izquierda, desmarcada de la socialdemocracia europea, es la narrativa, hoy conocida como Leyenda Negra, impulsada por anglosajones en el s. XVI para desprestigiar la intolerancia religiosa hispana y la falta de civilización. Círculos intelectuales acusaron a España y a la Iglesia de llevar sólo desgracias al Nuevo Mundo. Los próceres libertadores, pertenecientes a élites criollas, que buscaban poder monolítico en las nuevas repúblicas independientes, fueron beneficiarios de los mitos antihispanos. En 1898 la prensa amarilla norteamericana amplificó la imagen cruel y decadente de España para justificar la intervención de EE. UU. en Cuba y Filipinas.
El término, acuñado a principios del siglo XX, significó “una interiorización de esa propaganda por los propios españoles”. En los años treinta la izquierda latinoamericana, marxista e indigenista, fomentó el “fundamentalismo nativo (…) fundar repúblicas indígenas que desestabilicen el patio trasero de los EE UU”. Después, el separatismo catalán y el vasco señalaron una España opresora, acorde con la narrativa. AMLO solicitó al rey de España y al papa Francisco pedir perdón por los abusos de la Conquista. Un analista hispano plantea que al capital financiero internacional le interesan “estados pequeños y débiles … (y defiende) la Leyenda Negra”. El summum: Gustavo Petro endosa a un exdiplomático que lo declara víctima del racismo. High-finance con fusión de ideologías y discriminación en la cumbre.
Para contrarrestar algo tan entroncado ha surgido la Leyenda Rosa: todo bien, todo bien. “El Imperio español fue un éxito. Eso explica esa reacción adversa… una propaganda antiespañola agresiva, moderna y sofisticada”, sentencia un historiador. Un asunto tan controvertido debe abordarse con escepticismo. Una mentira enorme es que los españoles llegaron a eliminar población aborigen: buscaban evangelizar. La desaparición de nueve de cada diez habitantes de culturas como la azteca y la inca era imposible en términos militares. Se hubiesen requerido todos los ejércitos, las armas y la pólvora disponibles entonces en Europa. Se sabe que las enfermedades introducidas por los españoles fueron la principal causa de muertes indígenas. Viruela, sarampión, influenza y tifus explican caídas hasta del 90 % en la población de ciertos grupos.
El activismo rara vez menciona el mestizaje como factor que redujo drásticamente el porcentaje aborigen en la población. Ese entrecruce racial es el gran distintivo latinoamericano y el antídoto más eficaz contra el racismo. Fue un permanente desafío para los gobiernos criollos adaptar las instituciones clasistas que, bajo la Corona, funcionaban: idioma y leyes comunes, convivencia pacífica, universidades, hospitales y urbanismo. Pero la mezcla de orígenes, culturas y costumbres permitió cierto desarrollo empresarial, legal e ilegal, desigual por regiones, e irrealizable de manera planificada y centralizada por un Estado benefactor todopoderoso. Ese que aún sueñan caudillos, autócratas y dictadores para quienes la corrupción endémica es un bulo.
Pablo Victoria, hispanista colombiano, se pregunta por qué aquellos criollos que no sabían si eran más españoles que indígenas permanecieron “en esas tierras, no devolviéndolas a sus antiguos moradores”. Considera a Bolívar un “falso héroe” responsable de muchas muertes. “Exterminio de indígenas nunca hubo (…) [fueron] criollos contra españoles”, anota. Casi dos siglos después, movimientos insurgentes urbanos, también de la élite, adoptaron símbolos bolivarianos para una guerra popular contra un sistema capitalista utilizado para configurar un invasor reaccionario, ultraderechista, codicioso, que toca evitar como sea. Esa narrativa divisionista y pendenciera, con retórica incluyente, ha sido la labor obsesiva y muy rentable de Zapatero, aliado con tiranos y aprendices que comparten ese enemigo demonizado. Nunca pensaron que la justicia negociada, otro mestizaje, terminaría acorralándolos en el Viejo y el Nuevo Mundo.
