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¿A la tercera va la vencida?

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Miguel Ángel Bastenier
05 de septiembre de 2009 - 06:03 a. m.
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ALGUNOS YA CREÍMOS QUE CON LA primera reelección del presidente Uribe en 2006 se cumpliría el ejemplar dicho castellano de que “nunca segundas partes” y, sobre el papel habría argumentos para sostener que así fue, sumando todo lo que escapaba a la capacidad de decisión del mandatario —elección de Barack Obama; la crisis económica mundial— y lo que no debería habérsele escapado como los ‘falsos positivos’, que para un público no tan acostumbrado como el colombiano al eufemismo, serían simplemente las matanzas perpetradas bajo la responsabilidad de altos representantes de las Fuerzas Armadas.

Pero el país político, ese tercio o poco más de la nación que sigue los avatares de la cosa pública, no ha querido que los horrores hagan metástasis, y hay excelentes probabilidades de que el Presidente opte en junio de 2010 a la tercera representación de sí mismo. Cabe, sin embargo, que el posuribismo y el antiuribismo, aunque sea como aliados de conveniencia, puedan creer entonces que ‘a la tercera va la vencida’.

Supongamos que Álvaro Uribe supera los dos obstáculos que le quedan: la Corte Constitucional y el referéndum, y que no sorprende a la nación renunciando a luchar por la tercera investidura. ¿Qué plataforma electoral queda a sus oponentes?

El uribismo sin Uribe, es decir, Germán Vargas, está aparentemente muerto. Aunque se mantuviera en liza le sería imposible convencer al electorado de que el producto pirateado en algún Hong Kong de la política es mejor que el artículo genuino. Y no porque el legislador haya falsificado nada, sino precisamente porque no lo ha hecho, porque su programa es seguridad democrática “con rostro humano”; fiel pero independiente, el uribismo del siglo XXI, todo lo que constituye una magnífica sinopsis para un debate universitario, pero no para persuadir al pueblo colombiano.

Noemí Sanín, exitosísima embajadora en España, y uribista más táctica que devota, no lo tendría mejor. Su partido, el Conservador, uribizado hasta los tuétanos, sólo aspira a ganar el premio de la lealtad inconmovible. La ex ministra asegura que quiere llegar “hasta el final”, pero diríase que el final ya ha llegado hasta ella. Y algo similar le pasa a Marta Lucía Ramírez, espeleóloga de equidistancias muy medidas, a la que le ha faltado tiempo para construirse una figura verdaderamente independiente de su ex jefe.

¿Y Sergio Fajardo, que además también es paisa? El ex alcalde tiene personalidad propia, atractivo perfil electoral y su dosis de uribismo es la justa para que nadie le eche en cara que quiere tirar por la borda todo lo conseguido para el público pudiente por el presidente en ejercicio. De todos los que militan en el posuribismo es el que parece con más posibilidades de reinventarse ante las elecciones, pero todo lo que lleva de precampaña cuidando de no criticar jamás, sin por ello alabar innecesariamente al líder, no sólo es inútil, sino contraindicado.

Ya en el campo del ‘no’ al uribismo, pero sin llegar al ‘anti’, Rafael Pardo es seguramente lo mejor que tiene el Partido Liberal y aun Colombia, pero no puede ganar si sólo cuenta con los liberales a machamartillo, aquellos que llueva o truene votan como cuando acabó el Frente Nacional. Hay excelentes presidentes in pectore que de pronto nunca seducirán al electorado.

En el antiuribismo domina, por supuesto, el Polo; una opción que nadie puede confundir con la de Casa de Nariño. Nadie niega el éxito de la pacificación pero, viene a decir la formación de izquierda, que habría llegado la hora de la política, de pensar menos en las Farc y más en una Colombia social, de remediar los males de la patria en vez de tratar de fumigarlos desde las nuevas bases de uso norteamericano. Algún día ese mensaje debería llegar al elector, pero, entre tanto, el partido ha logrado arrojar de su seno a Lucho Garzón, el candidato más viable que jamás ha tenido la izquierda colombiana, tanto que hasta procuraba no parecer izquierda. Y el espectáculo de su sarracina interna es un gozo para el pensamiento liberal conservador: Carlos Gaviria, intelectual y caballero; Gustavo Petro, la mayor inteligencia política de esa feligresía; Jorge Robledo, la izquierda de Felipe Igualdad, el primo de Luis XVI, elegido a la Convención; y unos cuantos más como el formidable Antonio Navarro, otro gran presidente que no será, se caracterizan todos ellos por su ‘taifismo’, la desunión como forma de vida.

Y, sin embargo, la opinión, ese 40% del país que vota en las presidenciales, puede que acuse la fatiga de los materiales. Tanto que lo que no debería estar claro es que todo vaya a dirimirse en primera vuelta. Para ello Álvaro Uribe tiene dos feroces aliados electorales: la reelección con nimbos vitalicios de Hugo Chávez en Venezuela y el segundo mandato de Rafael Correa en Ecuador. Adversarios los tres que se necesitan porque nada mejor para el bolivariano que unas bases a mano, tan inofensivas en lo militar como ofensivas en lo político; y, con matices, otro tanto para el humanista de Quito, que dio con un grandioso eslogan cuando dijo que “Ecuador no limita al norte con Colombia, sino con las Farc”. Esa, además, es otra lanzada que sangra en el costado del Polo Alternativo, que quiere ser tan ponderado cuando mienta al chavismo, que no se percata de que Colombia, esa Colombia que vota, practica todo lo contrario.

Nada que no sea una coalición de antiuribistas y no uribistas tiene posibilidades de inquietar al líder; sólo una revuelta del votante que abarque al Partido Liberal, donde el Polo milagrosamente acepte un candidato ajeno, y en la que quepan los mejores flecos desprendidos de las equidistancias nunca fanáticas del Presidente, puede hacer imposible el uribato. Esa sería, aparte de imposible, aquella ocasión en que la tercera vez fuera la vencida.

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