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Cuando Colombia se mira el ombligo

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Miguel Ángel Bastenier
27 de septiembre de 2008 - 07:20 a. m.
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ARDE ROMA Y NERÓN INTERPRETA una sinfonía; el mundo entero se estremece ante la crisis financiera norteamericana, y ya planetaria, pero Colombia, o mejor Bogotá, el Bogotá político, esa exigua lámina de ciudadanos que compran diarios, que votan, que abarrotan las estadísticas de favorabilidad al presidente Uribe, sólo habla de una cosa: ¿optará el líder del uribismo, o sea de sí mismo, a un tercer mandato? Y al propio Uribe, ¿qué le mueve estos días? ¿El grave estancamiento de la economía, que frena el crecimiento? ¿La duda de si será oportuno, viable, conveniente para sí y para la nación, lanzarse a un “Uribe III”? O ¿el convencimiento de que cuanto peor vayan las cosas más necesario es el recurso al hombre providencial?

En los últimos meses, léase años, el Presidente lo ha dicho todo y no ha querido decir nada al mismo tiempo. Sobre un silencio calculado de fondo, que indica hasta qué punto quiere mantener la incógnita, a ratos ha insinuado que si el novel ministro de Agricultura podía sucederle; que si Noemí, hoy gran embajadora en Londres como antes lo fue en Madrid; que si lo que importa es la sucesión de la “seguridad democrática” y no de las personas, con lo que se estaría refiriendo a Juan Manuel Santos.

Es probable que el Presidente no haya decidido todavía si quiere repetir, pero, en cualquier caso, sí ha decidido que aún no ha llegado el momento de hacerlo saber a su parroquia. Y todo ello obedece a una serie perfectamente identificable de motivos. Alimentar la incertidumbre con declaraciones contradictorias lo siente el Jefe del Estado como una necesidad; es su manera de mantener a la tribu uribista prietas las filas.

Si, por el contrario, dijera ya que iba a presentarse, comenzaría de pronto a desinflársele la comitiva, y, de momento, lo que precisa es que le aprueben en el Congreso lo que sea para que, si ha lugar, pueda celebrarse el referéndum que le permitiría ir a esa tercera consulta; si se precipitara, en cambio, a decir ‘no’, se desataría de inmediato la refriega entre sus sucesores autoproclamados para disputarse la unción presidencial, al tiempo que el propio Uribe se convertiría en un “pato cojo”, como dicen al norte de Río Bravo para referirse a los presidentes, que como ya no pueden ser reelegidos, inspiran poco respeto.

Pero esa crisis que no es capaz de distraer a la Colombia bogotana de sus profundas cuitas uribistas tiene, sin embargo, mucho que ver con todo lo que han sido el Uribe I, el Uribe II, y lo que cupiera de un tercer “Uribato”; porque el cataclismo de Lehman Brothers, tras el descalabro inicial de las hipotecas subprime en Estados Unidos, que quizá no es tanta crisis como la Gran Depresión del 29, pero sí que parece el fin de una manera de hacer, de un modelo neoliberal, en el que todo vale, en el que la burbuja de la especulación podía seguir hinchándose hasta que un día reventara y Papá Estado tuviera que recoger y, sobre todo, abonar los desperfectos, como está ocurriendo.

Y aunque esa no haya sido, literalmente hablando, la política económica de Uribe, porque es demasiado inteligente y, en su visión socio-económica de las cosas, también demasiado patriota para aplicar mecánicamente las recetas de la derecha republicana de Estados Unidos, no es menos cierto que la economía colombiana depende en buena parte del éxito expansivo de esa política. El neoliberalismo triunfante es el que tenía que tirar del carro de una economía periférica como la de Colombia, pero eso es justamente con lo que ya no se puede contar. El modelo sobre el que se estaba edificando el desarrollo económico del país ha dejado de ser verosímil, con la estampida de Wall St., e incluso si el candidato republicano John McCain, en quien Uribe tiene puestas todas sus complacencias, alcanza en noviembre la Presidencia de Estados Unidos, la relación bilateral raramente volverá a ser la misma.

¿A qué espera, entonces, el Presidente para decir a quién hay que votar en 2010? La respuesta hay que buscarla en la política norteamericana. Si Barack Hussein Obama es el vencedor de noviembre, los alicientes para presentarse habrán desaparecido.

El Partido Demócrata en la Casa Blanca y señor de las dos cámaras, con lo que se prolongue de la crisis económica por delante; Irak por evacuar si es que así ocurre; Afganistán crecientemente convertido en la “contradicción” principal de la presencia exterior norteamericana; el conflicto árabe-israelí más intratable que nunca por mucho relevo que haya en Jerusalén; y la ausencia generalizada de Estados Unidos en los asuntos latinoamericanos, donde, en cambio, se agiganta la sombra de Lula y se estabiliza, aunque puede que a la baja, la opción bolivariana, dejan muy poco espacio a Washington para pensar en Colombia. Sólo si gana McCain, con ese prodigio exhumado de un pueblecito de Alaska, la ex católica conversa al pentecostalismo más reaccionario, una tal Sarah Palin, Uribe podría considerar seriamente un tercer período. Y aún así habría de convencer a doña Lina de que no le queda más remedio.

Si esa posibilidad no se materializa entramos en el plan B. Ernesto Samper, el ex presidente más inteligente que ha fabricado Colombia, es muy probable que tenga razón. Uribe está pensando en 2014. Y eso tanto si gana quien él designe como si pierde, o mejor aún, si pierde. Ante un sucesor auspiciado por el Presidente, hasta la oposición colombiana debería ser capaz de presentar un candidato conjunto, aunque por si acaso que no lo jure nadie. Y descartada Íngrid, que también puede estar pensando en 2014 al término de su periplo por el mundo como colombiana universal, el candidato debería ser del Polo o aceptado por el Polo.

Si Lucho no es posible, cualquier otro candidato, incluso Rafael Pardo —el mejor presidente que difícilmente elegirá Colombia— no lo tiene difícil. Si gana el ungido de Uribe, asunto suyo será arreglar que sólo valga para un mandato, especialmente si la crisis ha tenido ya a bien amainar; pero si gana la oposición, aún está mucho más claro que el uribismo sólo lo encarna Uribe, y el regreso del gran líder en 2014 resulta totalmente asumible, en especial si tiene razón Claudia López cuando escribe que el Presidente, aunque deje la magistratura, lo que en ningún caso va a dejar es el poder.

La Colombia política, como Penélope, teje y desteje profundamente absorta en su propio ombligo, a la espera de que Uribe desvele sus propósitos. Un gran presidente no es necesariamente el que domina la escena a su antojo; sino, en algunos casos, el que sepa cuándo ha llegado el momento de animar al relevo. Y sin cálculos de futuro.

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