Publicidad

El final del kirchnerismo

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Miguel Ángel Bastenier
01 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

El pasado domingo se celebró en Argentina la primera vuelta de unas elecciones presidenciales que no decidieron casi nada y cuyo resultado no se debe enunciar sino interpretar.

El peronista oficial Daniel Scioli quedó primero, pero todo parece indicar que no ganó; el segundo clasificado, el antiperonista Mauricio Macri, es posible que sea el verdadero ganador; y el que sin duda salió ganando es Sergio Massa, peronista disidente, que quedó tercero en una carrera de seis competidores, de los que los tres restantes eran la más completa irrelevancia.

El próximo 22 de noviembre la partida se la jugarán los dos citados en primer lugar, una oposición aparentemente nítida entre peronismo y antiperonismo, entre los fundadores de la Argentina contemporánea y los que a ella se han opuesto en una elección tras otra, con más fracasos que éxitos, y que en ocasiones se han llamado radicales, coalición de rebeldías diversas, o esta vez, con más claridad, simplemente antiperonistas. Pero incluso en esta situación las apariencias engañan porque, de nuevo, será el peronismo el que decida quién va a ser el próximo presidente de Argentina, puesto que los sufragios del tercero en discordia, tan peronista Massa como el propio Scioli, pero autodenominado “renovador”, serán los que determinen el vencedor de este juego de espejos, en el que lo que se refleja no necesariamente expresa la verdad de las cosas.

Desde mediados del siglo pasado en Argentina existe una tenaz mayoría de ciudadanos, probablemente no menor del 60%, que se consideran y declaran peronistas. Son los seguidores de lo que hoy podría entenderse como el fantasma del general Juan Domingo Perón, fundador de una tribu política de difícil o imposible clasificación, porque ha representado todos los papeles de la comedia humana, desde el socialismo estatalista y asistencial, autoritario pero electoralista, hasta el neoliberalismo de la más pura cepa. Y ese peronismo es el que hoy llega dividido a la oportunidad de noviembre, dejándose querer por unos y otros en su versión renovadora, antes de depositar su decisivo sufragio.

Pero el “quilombo” no acaba ahí porque en las filas oficialistas reina tanta o más división que dentro del peronismo “tout court”. El mal resultado obtenido por Scioli en primera vuelta, apenas dos puntos más que Macri, cuando para proclamarse presidente necesitaba un mínimo de 40% (obtuvo el 36%) de sufragios con diferencia de 10 con respecto al segundo, se atribuye, al menos en parte, a la poderosa sombra que sobre su candidatura ejercía la presidenta saliente, Cristina Fernández de Kirchner. Decir que entre la jefa del Estado y su “elegido” no reinaban las mejores relaciones sería un eufemismo. La presidenta, líder de la facción kirchnerista del peronismo, también autoritaria y estatalista en la mejor tradición de su partido, contaba con que Scioli venciera y le calentara la silla para que, reforma de la Constitución mediante, tuviera la oportunidad de decidir si optaba en el futuro a un nuevo mandato. El oficialista, en cambio, tenía que mostrar una independencia de criterio que marcara distancias con su predecesora, lo que en teoría debería haberle sido fácil, puesto que está mucho menos ideologizado y nadie ignora que propugnaba una política exterior exenta de estridencias, a diferencia del estilo de la señora Fernández, viuda de Kirchner, dada a antagonizar a EE. UU. y cultivar un cierto bolivarianismo, que le acercó en su día al difunto presidente venezolano Hugo Chávez y que, acertado o no, resulta chocante en un país que se considera en muchos rubros a la cabeza de América Latina. Y el resultado ha sido francamente malo porque la opinión ha percibido un candidato que no era ni esto ni lo otro, que trataba de quedar bien, pero sin créerselo de verdad, con quien le había designado sucesor y en eso contrariaba a una parte del peronismo, renovador o no, que podía haberle votado si hubiera sido capaz de mostrarse como representante del cambio, aun dentro de una básica continuidad.

Y el corolario de todo ello es que gane quien gane el día 22 una etapa de la historia argentina habrá tocado a su fin. Si gana Macri es porque el peronismo, camaleónico, capaz de ser esto y su contrario, habrá facilitado la victoria de la oposición; y si lo hiciera Scioli, aunque hoy parezca poco probable, porque si quiere tener futuro político debe romper con el pasado y ser su propio presidente. El kirchnerismo (2003-15), que toma su nombre del anterior jefe del Estado y esposo de Cristina Fernández, Néstor Kirchner, fallecido en 2010, será ya cosa del pasado. El peronismo, al igual que la materia, no se crea, ni se destruye, sino que se transforma y tanto da como quita. Si aparece unido es virtualmente imbatible, pero en su esencia misma parece hallarse la partenogénesis. Hasta que pasen cuatro años.

Conoce más

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.