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Mercosur domina el Mundial de fútbol. Frente al G-8 y al G-20 de las grandes y medianas potencias ha nacido un G-4 del fútbol mundial abarrotado de América Latina.
Entre los ocho cuarto-finalistas de Sudáfrica hay cuatro latinoamericanos: Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay; dos grandes y dos chicos, dos habituales de estas citas, un tercero que desde 1950 no comparecía, y un cuarto rigurosamente inédito. Un nuevo G-4 que, además, es Mercosur en pleno, la organización político-económica para una futura integración continental. En cambio, el ALBA que dirige Venezuela, no ha colocado ningún aspirante. Los otros cuatro clasificados para las rondas finales son tres europeos, España, Alemania y Holanda, y un africano, Ghana.
Casi 400 millones de habitantes sobre los 7.000 millones del planeta están representados en las tres fases eliminatorias que restan hasta la final del 11 de julio. De ellos, unos 235 millones pertenecen a esos cuatro países de América Latina, cerca de 150 millones son europeos, y unos millones más, africanos. En el apartado lingüístico domina el portugués de cuña brasileña con 190 millones de hablantes, seguido del español latinoamericano con algo menos de 50, más el peninsular con casi 45. Por ello, la lengua de Cervantes se aproxima a los 100 millones de practicantes, y si sumamos las dos lenguas ibéricas quedamos muy cerca de los 300 millones. Alemán y holandés, entre ambas, apenas llegan a los 100 millones, y flota en el extra-radio un residuo de inglés pos colonial y aprendido en la escuela de Ghana. Portugués y español dominan, pues, abrumadoramente el planeta del fútbol.
La cartografía religiosa es algo más complicada, aunque la fe de Roma también resulta largamente campeona. Un 75% de los brasileños, una mayoría aún más grande de argentinos, uruguayos y paraguayos y la casi totalidad de los españoles –entre los que apenas ha mordisqueado el protestantismo- son católicos bautizados. De 230 a 240 millones de ibero-hablantes siguen teniendo por ello, y pese a la ofensiva pentecostalista norteamericana, la misma religión. A ellos habría que sumar al menos 30 millones de los 85 millones de alemanes y la mitad de los 15 millones de holandeses, con lo que llegamos a un mínimo de 275 o 280 millones que creen –o algún día creyeron- en una única vía de salvación. El protestantismo, sobre todo luterano y en menor medida calvinista, reúne a unos 45 millones de germanos, la otra mitad de los neerlandeses, una minoría brasileña de algunas decenas de millones, y un alto porcentaje de ciudadanos de Ghana, lo que lleva a no más de un centenar de millones. Y a todo lo anterior habría que sumar un resto de difícil cuantificación de musulmanes, sobre todo, en el país africano. Superioridad católica por más de dos a uno.
Por bloques histórico-culturales también hay un ganador claro: la latinidad. Aún haciendo una cuenta lo más restrictiva posible y contando como tales solo a los ciudadanos de apellidos procedentes de Portugal, Francia, Italia y España –más un sarpullido de belgas y suizos- el mundo latino registra altísimas mayorías entre los hispano-hablantes y una proporción no tan grande, pero más que respetable de los brasileños. El mundo latino representado en Sudáfrica no baja de los 150 o 160 millones, y eso aún sin contar que la latinidad es un estado del alma y que todos los que tengan como propia una lengua latina, sea cual fuere su origen racial o cultural, serán siempre bienvenidos como hijos de Roma. Frente a semejante concentración, el bloque anglo-germánico se queda en unos 100 millones y el mundo negro, aún incluyendo a los que se consideren prioritariamente afro-brasileños, no pasaría de 60 o 70 millones. Y, por último, resta una minoría emergente representada por Paraguay: Indoamérica. Aunque el número de criollos, incluyendo un argentino nacionalizado, es curiosamente alto en la escuadra paraguaya, el país no deja por ello de encarnar un retorno de lo autóctono americano como no podrían hacerlo Argentina, Uruguay o Brasil. En el mundo de la política internacional es el boliviano Evo Morales quien parece haberse quedado en propiedad el título de presidente de las masas pre-colombinas, pero quienes se han metido en el G-8 y el Mercosur del fútbol, han sido los descendientes del régimen de las reducciones jesuíticas.
Y ya, por último, los cuatro países latinoamericanos se alinean en la izquierda política, aunque, quizá, con fluctuaciones de proximidad entre el brasileño Lula -el puño férreo en guante de seda- y el venezolano Chávez, la atronadora charanga bolivariana del siglo XXI. Cristina Fernández de Kirchner busca una equidistancia entre las dos izquierdas porque la vecindad gigantesca de Brasilia puede llegar a ser asfixiante, pero no verán jamás nuestros ojos a Buenos Aires a las órdenes de Caracas. Fernando Lugo, en rebeldía contra gran parte del propio poder que preside, aún no sabe muy bien a qué carta quedarse, pero también ha de componer sus relaciones con Brasil del que Paraguay depende económicamente. Y Pepe Mujica ya ha dejado claro que su ex tupamarismo no le inclina a los excesos. Con espartana prudencia el presidente uruguayo se siente más cerca de Lula que de ningún otro gobernante latinoamericano.
¿Qué nos falta en tanta ‘G’ y tanto fútbol. Colombia, sin duda. Pidamos, por ello, que los hados del próximo Mundial nos sean más propicios.
• Columnista de El País de España
