El 12 de abril de 1931 se celebraron en España unas elecciones municipales de las que pocos esperaban un resultado trascendental para la historia de España. Y 48 horas más tarde se proclamaba la II República.
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La escena electoral se había dividido muy nítidamente entre monárquicos y republicanos, y aunque los primeros obtuvieron en todo el país más votos que la conjunción republicana, esa victoria se había cimentado en los ‘burgos podridos’ de la España rural, profunda y caciquista, mientras que en las ciudades y muchas capitales de provincia triunfaba la república. Alfonso XIII eligió, prudentemente, el camino del exilio.
El 24 de mayo se celebraron elecciones municipales en las que el patio votante estaba bien diferenciado entre bipartidismo, reparto y alternancia de poder del PP, derecha sin reservas, y el PSOE, vagamente socialdemócrata, y dos nuevas formaciones políticas, Podemos, izquierda de matriz radical que había adoptado posiciones pasablemente moderadas en la campaña, y Ciudadanos, organización reformista asimilable a cualquier formación de centro europea. Pero lo conocido y por conocer se malquerían y en particular Podemos se había presentado en sociedad llamando a todos los demás ‘la casta’, con lo que quería decir fulleros, vendidos, incapaces, en suma, de afrontar el complejo futuro del país. Y a juzgar por el número de dirigentes altos, medianos y pequeños del PP, y en menor medida del PSOE, que tenían problemas con la Justicia por asuntos de corrupción, algo de razón tenía.
Los resultados del 24-M no han sido los del 12 de abril, el caciquismo no impone su voluntad como en 1931, aunque el voto liberal-conservador es más inducible en el campo que en la ciudad, y el bipartidismo, aunque malherido sobrevive de momento como no pudo hacerlo la monarquía, pero sigue siendo verdad que en los núcleos urbanos es donde las dos nuevas formaciones, especialmente Podemos, han obtenido sus mejores resultados. Y todo ello muy notablemente en Barcelona y Madrid, donde es posible, incluso probable, que se alcen con las alcaldías coaliciones en las que figura prominentemente el partido izquierdista, que dirige Pablo Iglesias, y donde el maniobreo de alianzas, desistimientos, apoyos no declarados está hoy batiendo el cobre para ver quien gobierna las dos primeras ciudades españolas. El asunto es complejo porque si Ciudadanos, que dirige el catalán español, Albert Rivera, no es contrario a aliarse con el Antiguo Régimen con la condición de que el PP se avenga a la sanción política de ‘malhechores’ y sospechosos de serlo, Podemos, en cambio, se cree nacido para suplantar al PSOE, habiendo ya dado un machetazo casi mortal a Izquierda Unida, por otro nombre los comunistas oficiales. Por eso, España es hoy un crucigrama o un laberinto político, con parecido, sin embargo, solo superficial al vuelco del 31. La propia institución monárquica, que ha pasado en los últimos años momentos muy difíciles y de los que aún no se ha recuperado plenamente, sí ha tenido la inteligencia de cambiar de representante y Juan Carlos, exhausto, más preocupado de sus aficiones personales que del respeto general a los españoles, ha dado paso a su hijo, Felipe VI, que aún tiene que demostrar que la monarquía sea útil a España, única razón para que se mantenga, pero que ha comenzado con buen pie y cabe suponerle hoy una comprensión del país, que faltó en los últimos años de reinado a su augusto padre.
España parece estar mudando de piel, una probable mayoría de ciudadanos que votan a Podemos, Ciudadanos, pero también al PSOE y en alguna medida al PP, quieren transparencia, honradez en el manejo de los caudales públicos, en el caso de Cataluña y, sin tanta agitación independentista, en el País Vasco, un new deal como forma de encaje político con el resto de España, que podría ser una federalización de los poderes, ya considerables, de que disponen las comunidades del Estado de las autonomías. Y si no se produce esa mudanza política, a la que se resiste como gato panza arriba el jefe de Gobierno (PP) Mariano Rajoy, España, experta en perder trenes, podría degenerar en la irrelevancia y la ingobernabilidad. Todo ello hace que las elecciones locales hayan sido, en la práctica, una especie de primera vuelta, de la que la segunda y definitiva deberían ser las legislativas que se celebrarán, todo parece indicar, el próximo noviembre.
Puede haber un distante parecido entre 2015 y 1931, en la medida en que el elector determine o no ese cambio de piel. Pero la historia, aunque lo dijera Marx, no se repite nunca porque esta España no es la de la II República; no lo es en división, ni sobre todo en inquina violenta. Esperemos, por tanto, a esos idus de noviembre para saber cuánto ‘Podemos’ hacer los ‘Ciudadanos’ españoles para iniciar una nueva etapa en la historia de una nación antigua, hecha de naciones igual de antiguas, para imaginarse a sí misma como comunidad, según la conocida fórmula de Benedict Anderson, pero suficientemente diversa para que nadie se sienta excluido ni piense en excluirse.
* Columnista de ‘El País’ de España
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