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Un Reino ya no tan unido

Miguel Ángel Bastenier

02 de mayo de 2015 - 09:00 p. m.

EL JUEVES 7 DE MAYO EL REINO Unido va a las urnas para elegir partido o partidos que traten de formar gobierno.

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Y lo hace con una comezón, aunque con la parsimonia evolutiva propia de la historia británica, desde que en 1649 el Parlamento ganó la guerra y decapitó al rey, está en las últimas décadas transformando el país. Una fórmula lapidaria lo definiría: los ingleses, en especial, están dejando de ser “excéntricos” para convertirse en “eurocéntricos”, y eso a muchos les aterra.

El 18 de septiembre pasado Escocia le dijo “no” a la independencia con un “score” aparentemente respetable (55-45) en favor de la unión. Y, sin embargo, es el independentismo escocés, el Scottish National Party (SNP), quien le está abriendo las costuras a la “Union Jack”. En el país de las “Highlands” se dirimen 59 escaños, de los que el partido laborista que dirige Ed Milliband tiene 41 y el Scottish Labour Party (SLP) sólo seis. Y todas las encuestas coinciden en que el crecimiento espectacular del independentismo, posiblemente hasta rebasar los 40 puestos, va a ser a costa del Labour, por lo que, puesto que los conservadores apenas conservan representación en Escocia, los partidarios de mantener el Reino unido podrían convertirse en una exigua minoría en esas tierras.

Pero, ¿cuál es la “morosidad” que aqueja a las clases medias británicas, en estos barruntos del siglo XXI? Podríamos hablar de la progresiva liquidación del imperio, comenzando por el subcontinente indostánico —India y Pakistán—, en 1947; o la decisión de retirar puestos avanzados y colonias al este de Suez, adoptada en 1971, con lo que, lamentablemente, ni argentinos en Malvinas ni españoles en Gibraltar obtuvimos beneficio alguno; o la rendición de Hong Kong a China en 1997, que, pese a estar al oriente del canal, se retuvo hasta que Pekín dijo basta. Pero mi fecha preferida es el 15 de febrero, también de 1971. El día de la llamada “decimalización”, el instante en que Inglaterra dejó de poder contar en peniques, 12 por chelín; por chelines, 20 en la libra; medias coronas, dos chelines y medio cuando no había coronas por ninguna parte; y guineas, moneda también físicamente inexistente, que valía una libra y un chelín, y que servía básicamente para que los comercios “finos” pusieran sus precios en guineas en vez de esterlinas. A algunos ingleses, que tanto gustan de disfrazarse con bombín y cartera en la City, les pudo parecer un ultraje procedente de la Europa continental urdido, sin duda, por franceses, amigos de la geometría y de los múltiplos de 10.

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“Decimalizar”, o convertir la libra en un engendro dividido en 100 peniques, era “europeizar” las Islas, contraviniendo todo lo que ha significado Inglaterra en la historia, desde que Londres rompió con Roma en el siglo XVI: el poder externo al continente que intervendría siempre que alguien tratara de unificar Europa. Pero es cierto que alguna vez eso tuvo mucho de hazaña como cuando el Reino Unido se sostuvo solo contra Hitler, entre mayo de 1940 —derrota de Francia— y junio de 1941, agresión nazi a Rusia.

La europeización del Reino Unido, en cámara más que lenta, cuenta en el relativo extrañamiento de Escocia, no porque el país de los antiguos clanes se desdiga de Europa; sino porque, puestos a europeizar, una parte de la ciudadanía puede pensar que mejor hacerlo sin intermediación de Londres; sumemos en las últimas décadas la inmigración del este de Europa, y más recientemente de otras inmigraciones cataclísmicas del llamado Tercer Mundo; y por último, el decaimiento de la “relación especial” con Estados Unidos, que reservaba a Londres un asiento menor en los grandes cónclaves internacionales. Y todo ello ha dado lugar a un esbozo de insurrección contra el gran factor unificador del Reino, Inglaterra, que protagonizan Escocia, y en sentido contrario, para recuperar aquella Inglaterra inmaculada y no extranjerizante, un partido de novísimo cuño, el UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido), que ya veremos qué porcentaje de votos obtiene el jueves, dato más importante que el número de escaños, porque el sistema del “winner-takes-all” (el ganador se lo lleva todo) reducirá considerablemente su cuantía.

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Todo lo anterior puede ser precedente de una gran prueba. Si el líder tory David Cameron renueva mandato y fracasan sus negociaciones con la Unión Europea para que Bruselas virtualmente exonere a los británicos de cualquier sujeción a las reglas comunitarias —continuar dentro estando fuera—, se ha comprometido a organizar un referéndum sobre la permanencia en la Unión. Ese es el último horizonte de las elecciones del día 7. ¿Querrá la opinión británica seguir europeizándose por vía intravenosa o tratará de poner colofón y cuenta nueva a lo que algunos consideran deriva indeseable? Si ganara la secesión sería como gritar ¡Inglaterra para los ingleses! Y el Reino más o menos Unido, también.

 

 

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