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LA ALCALDÍA DE BOGOTÁ ESTÁ NOTIficando los aumentos en los impuestos catastrales y en la contribución por valorización.
Es un golpe duro para los bogotanos que ven subir sus impuestos mientras se deteriora la calidad de vida en la ciudad. No hay un área en la que la ciudad avance. Cada día está más insegura, sucia, desordenada y sin una visión de futuro. La capital no sólo pierde competitividad sino que también se está convirtiendo en un lugar donde la relación entre tributación y beneficios sociales es poco ventajosa.
La tasa de tributación sube como si el bolsillo de los bogotanos no tuviese fondo. La realidad para los que nacimos y vivimos en Bogotá es que tenemos que trabajar y vivir en condiciones cada vez más difíciles. El caos en la movilidad tiene un impacto directo sobre las finanzas de los capitalinos, obligados a procurarnos medios alternativos de transporte mientras cancelamos los impuestos de rodamiento por automóviles que no podemos utilizar. El comercio, la distribución, la recreación son los principales perjudicados de la ausencia de planeación y el vacío de ideas que caracteriza a las últimas administraciones distritales.
Pagamos mayores impuestos por vivir cada día peor. Pero está la otra fiscalidad: la informal que resulta en ocasiones tan onerosa como la legal. En Bogotá, como en todas las ciudades del país, es imposible salir a la calle sin verse sometido a todo tipo de “contribuciones voluntarias pero semiobligatorias” que representan para-impuestos. La inmensa mayoría de los semáforos tiene algún tipo de actividad que puede generar una de estas contribuciones. Enumero algunas de ellas: saltimbanquis de diversa especialidad, vendedores de cuanto artículo existe, desde mapamundis, códigos legales, juegos para chimenea, muñecos, flores, frutas, calendarios Bristol, sombreros, paraguas, golosinas, cigarrillos, etc. Están los desplazados con sus cartulinas, los minusválidos, el lavavidrios, el limpiaespejos, el limpiafaros y los limosneros profesionales, que llevan años en el mismo lugar y que hemos visto envejecer. Algunos de ellos ofrecen sus productos y servicios a las buenas. Otros no tanto y su actitud es, en ocasiones, amenazante.
También está la infinita cohorte de cuidadores de automóviles. Se han adueñado de las bahías, las zonas de estacionamiento cerca de las áreas comerciales, alrededor de bares, restaurantes, iglesias, etc. Para usar el espacio público, que debería ser gratuito, hay que pagar a todos estos informales. Algunos dirán que esto es el reflejo de la crisis social del país. Sin duda hay parte de esto. Pero la verdad es que la informalidad es una forma de vida que ha terminado por producir verdaderas mafias encargadas de administrar los puntos más rentables de la ciudad. Hay “dueños” de estos semáforos y de estos parqueaderos. Hay negocios que se desarrollan sin pagar impuestos y directamente ligados con los flujos del contrabando. Cierto es que muchos son marginados de la economía y que sufren por la injusticia social. Pero hay una mayoría de bandidos que aprovechan la falta de una política de gestión del espacio público y la ausencia de autoridad.
Mientras tanto el Alcalde sigue con sus planes faraónicos como el metro y desecha las opciones viables como el tren de cercanías. Va a comprometer financieramente a la capital más allá de su capacidad de pago. Cuando la ciudad se quiebre, él ya no será el Alcalde y no asumirá ninguna responsabilidad política. Los bogotanos están pagando hoy los costos del desgobierno y tendrán que pagar impuestos cada vez más altos por vivir en una ciudad que está en los límites de la anarquía.
Lo único seguro en Bogotá es que los impuestos serán más altos: los legales y los informales.
